Las maloclusiones dentarias (MO) son tan prevalentes entre la población general que lo excepcional es tener una oclusión perfecta, aunque eso no implique que todas las desviaciones de la normoclusión precisen tratamiento de ortodoncia.
Aunque el diagnóstico y tratamiento de las MO dentarias y las deformidades dentofaciales (DDF) corresponde al ortodoncista -en los casos más graves en colaboración con otros especialistas-, el pediatra ha de implicarse en la detección precoz y el consejo a la familia. Ello es así porque con frecuencia la primera consulta sobre un problema oclusal o una alteración del equilibrio facial en el niño se hace con el pediatra de Atención Primaria (AP), no directamente con el ortodoncista o el dentista general. Por tanto, este tiene que contar con unos conocimientos básicos sobre lo que constituye la normalidad en salud bucodental, erupción dentaria, desarrollo de las relaciones oclusales, crecimiento del complejo craneofacial y función del llamado “aparato estomatognático” y las articulaciones temporomandibulares. Solo conociendo lo que es normal en un niño de determinada edad, sexo, etnia, etc., podrá descubrir aquello que se desvía de la normalidad y aconsejar debidamente a los padres.
En este artículo ofreceremos algunos principios para ayudar a detectar las maloclusiones dentarias.
Las MO no deben considerarse solo alteraciones de la posición de los dientes y de la relación entre las arcadas dentarias, sino que deben analizarse en el marco del crecimiento y desarrollo de los huesos maxilofaciales. Por eso, los ortodoncistas tendemos a hablar de deformidad dentofacial (DDF) como un concepto más amplio que abarca el de maloclusión e incluye las alteraciones de la relación entre el maxilar y la mandíbula y de ambos con la base del cráneo. En realidad, casi todas las alteraciones en las relaciones intermaxilares se acompañan de MO dentaria, no siendo cierto lo contrario: muchas MO constituyen un problema exclusivamente dentario sin que se asocien con alteraciones maxilomandibulares.
La tabla 1 resume los medios de que nos valemos los ortodoncistas para diagnosticar las MO y las DDF.
Tabla 1. Mostrar/ocultar
De todos ellos, el pediatra puede apoyarse únicamente en la anamnesis y la exploración física aunque, si “el saber no ocupa lugar”, quizá debería ser capaz de interpretar los aspectos básicos de la radiografía panorámica.
En primer lugar, hay que preguntar al paciente o a los padres si han observado alguna anomalía en el desarrollo de la dentición, la cronología de la erupción, el aspecto o la disposición de los dientes, o en la morfología/estética de la cara.
Aunque el criterio de los padres o del propio paciente no siempre concuerda con el del clínico experto, en ocasiones nos va a ofrecer una información que podríamos no haber descubierto o, en cualquier caso, nos revela una preocupación a la que tendremos que dar una respuesta, ya sea terapéutica o “psicoterapéutica”.
En la historia médica hay que recoger los antecedentes tanto personales como familiares.
En la anamnesis pediátrica general se analizan desde un punto de vista global los datos sobre embarazo y parto, crecimiento y desarrollo durante la infancia, enfermedades sindrómicas y patología de diversa naturaleza.
Entre los aspectos más relacionados con el desarrollo de la erupción y las DDF en general, hay que analizar cuidadosamente:
La herencia desempeña un papel fundamental en algunas MO y trastornos eruptivos, y en un buen número de deformidades faciales. Por eso, observar a los padres, los hermanos y otros familiares puede resultar muy esclarecedor.
Por ejemplo, tienen un gran componente genético:
El pediatra tiene que saber analizar la morfología facial tanto estática como dinámicamente, es decir, en movimiento. El análisis estático de la cara debe responder básicamente a las siguientes preguntas:
Figura 1. Mostrar/ocultar
Figura 2A. Mostrar/ocultar
Figura 2B. Mostrar/ocultar
Por lo general, las partes blandas de la cara expresan las relaciones entre los maxilares, pero un mismo perfil facial puede corresponder a distintas relaciones maxilomandibulares, al igual que, por ejemplo, una ictericia es expresión de patologías muy diversas.
La figura 3 recoge esquemáticamente las relaciones entre el maxilar y la mandíbula, entre ambos huesos y las correspondientes apófisis alveolares, y de todos ellos con la base del cráneo. Por supuesto, hay que tener en cuenta también las del espacio: anteroposterior, vertical y transversal.
Figura 3. Mostrar/ocultar
Para evaluar las relaciones anteroposterior y vertical, los ortodoncistas usamos la telerradiografía lateral de cráneo (una radiografía que permite, mediante modificaciones técnicas, observar simultáneamente el perfil “blando” y los huesos maxilofaciales). Sobre esa radiografía realizamos la cefalometría, que es un conjunto de mediciones estandarizadas según diferentes “sistemas cefalométricos”, que nos permite establecer la normalidad o anormalidad en el tamaño y disposición del maxilar y la mandíbula y sus relaciones entre sí y con la base del cráneo (figura 4). Para evaluar las relaciones transversales y las asimetrías se usa la cefalometría frontal. Por supuesto, el pediatra no tiene que saber interpretar una telerradiografía de cráneo y mucho menos una cefalometría, pero sí ha de conocer su existencia.
Figura 4. Mostrar/ocultar
Figura 5. Mostrar/ocultar
El análisis dinámico, durante el habla o la sonrisa, pone de manifiesto posibles alteraciones en el grado de exhibición de la encía, que puede ser excesiva -sonrisa gingival (figura 5) -o insuficiente para la edad. Un cierto grado de sonrisa gingival es normal en niños pequeños y en menor medida incluso en adolescentes. Por el contrario, una línea de sonrisa muy baja que no descubre la encía es anormal en la edad pediátrica y puede ser expresión de alguna alteración oclusal vertical.
También hay que descubrir asimetrías en la sonrisa que puedan corresponder a alteraciones neurológicas.
Es conveniente saber realizar una exploración elemental de las articulaciones temporomandibulares, que incluirá:
El conocimiento de la cronología de la erupción normal permite reconocer e interpretar sus alteraciones, que pueden ser generalizadas o localizadas.
Tabla 2. Mostrar/ocultar
Tabla 3. Mostrar/ocultar
Las causas más frecuentes de falta de espacio que debemos descartar son:
Figura 6. Mostrar/ocultar
Los obstáculos que con mayor frecuencia dificultan la erupción de un diente son los odontomas y los dientes supernumerarios.
¿Cuáles serían los “aspectos clave” que harían sospechar que existe un trastorno localizado de la erupción?
Figura 7A. Mostrar/ocultar
Figura 7B. Mostrar/ocultar
Figura 8. Mostrar/ocultar
Las relaciones normales entre los dientes de ambas arcadas presentan un patrón preestablecido.
La figura 9 nos muestra básicamente las posibles relaciones interarcadas en sentido anteroposterior. Para valorar verdaderamente la oclusión hay que tener en cuenta la relación entre los primeros molares permanentes: clase I (normal), con el molar superior ligeramente retrasado con respecto al inferior; clase II, con el molar superior adelantado respecto al inferior; y clase III, con el molar inferior adelantado respecto al superior.
Figura 9. Mostrar/ocultar
En la mayoría de las clases II existe resalte entre los incisivos superiores y los inferiores. En la mayoría de las clases III existe mordida cruzada anterior. Sin embargo, existen numerosas excepciones debidas por lo general a compensaciones dentarias.
La figura 10 nos muestra las relaciones interarcadas en sentido transversal (es decir, “a lo ancho”). La arcada dentaria superior debe guardar una relación “de tapa a caja” con la inferior, de tal forma que los dientes superiores quedan algo por fuera pero en estrecha relación con los inferiores. Cuando la arcada superior es más estrecha que su correspondiente inferior se produce una oclusión cruzada lateral. Cuando sucede lo contrario hablamos de “mordida en tijera”. Las oclusiones cruzadas constituyen un grupo de alteraciones muy complejas, que responden a problemas estructurales y funcionales diversos que deben interpretarse debidamente pero, en cualquier caso, su tratamiento, por lo general, ha de ser muy precoz
Figura 10. Mostrar/ocultar
La figura 11 nos muestra las relaciones interarcadas en sentido vertical: la sobremordida normal frente a la mordida abierta y la sobremordida profunda.
Figura 11. Mostrar/ocultar
Todas las relaciones interarcadas pueden combinarse con relaciones intermaxilares muy diversas, aunque algunas son más constantes. Por ejemplo, una relación de clase III con mordida cruzada anterior suele asociarse con prognatismo mandibular o, lo que es más frecuente, con hipoplasia maxilar. Sin embargo también puede deberse a una dirección eruptiva anormal de los dientes, siendo las relaciones esqueléticas normales. Todo ello tiene importantes implicaciones terapéuticas y pronósticas.
El pediatra debe estar capacitado para valorar globalmente la salud bucodental general y, en concreto, la oclusión y la armonía facial del niño y el adolescente. Ha de acostumbrarse a incluir en su anamnesis preguntas específicas relativas a la salud bucodental y a realizar una somera exploración dentofacial. También debe estar preparado para referir adecuadamente al paciente en el que sospeche una alteración de la erupción o una deformidad dentofacial. Asimismo, debe ser consciente de que algunos aspectos relativos a la detección de maloclusiones y su manejo en el momento oportuno no son de fácil interpretación, y que un consejo equivocado puede tener consecuencias importantes para la prevención o el tratamiento de muchas deformidades dentofaciales.