Recientemente existe una mayor sensibilización por parte de la sociedad acerca de la necesidad de cuidar la alimentación, sobre todo en la etapa infantil, de cara a prevenir enfermedades como la caries, la obesidad, la diabetes tipo 2 o la patología cardiovascular. También en los últimos años asistimos a un gran debate en la comunidad científica acerca del papel del azúcar como posible factor de riesgo en el desarrollo de esas patologías. Múltiples estudios relacionan desde hace tiempo el consumo de azúcar, sobre todo en forma de bebidas azucaradas, con la ganancia de peso y la obesidad. Probablemente como un factor más dentro de un estilo de vida inadecuado. Más dudas existen sobre si el azúcar da lugar a un daño metabólico específico más allá de su capacidad para influir en las calorías de la dieta.
En los últimos años la mirada de la comunidad científica se ha ido dirigiendo hacia el papel de los azúcares como factor de riesgo de determinadas enfermedades no transmisibles. En su desarrollo influyen una serie de factores ambientales, entre los cuales se incluye la alimentación. El exceso de azúcar añadido en la dieta se ha relacionado con la obesidad, el síndrome metabólico, la caries o la diabetes tipo 2, aunque con un grado de evidencia dispar. ¿Son dañinos los azúcares por tanto? ¿Son los mayores enemigos de la dieta saludable? Vamos a intentar dar algo de luz a las dudas que actualmente existen al respecto.
En el caso de los azúcares existe un cierto grado de confusión en la nomenclatura, pues no hay consenso en cuanto a la terminología que se utiliza. Los términos más comúnmente utilizados con:
Esta falta de una definición universalmente aceptada complica la investigación y su interpretación, además de generar confusión en los consumidores cuando se realizan recomendaciones al respecto.
Probablemente la sacarosa (azúcar de mesa) que añadimos nosotros mismos por ejemplo al café o al yogur constituya solo alrededor del 30% del azúcar que consumimos. El 70% restante proviene del azúcar añadido en numerosos productos alimentarios. Muchos productos procesados contienen azúcar, en ocasiones incluso en elevada proporción, contribuyendo a una ingesta total considerable. El cálculo de este consumo no es fácil. Podríamos decir que el consumo de azúcar añadido en Europa se sitúa en el 7-12% de la energía total diaria (ETD) en adultos y en el 11-18% en niños. Contribuyen en primer lugar los dulces, seguidos de las bebidas azucaradas. En EE. UU. el consumo de bebidas azucaradas es proporcionalmente algo mayor. Según datos del periodo 2011-2014, la media del consumo de estas bebidas en niños y adolescentes se situó en el 7,3% de la ETD. Esta proporción aumentaba con la edad, llegando casi al 10% en los adolescentes.
En los últimos años se ha debatido mucho en la literatura científica acerca de la posible relación entre el consumo elevado de azúcares añadidos y de hidratos de carbono con elevado índice glucémico y su relación con enfermedades crónicas no transmisibles, generándose cierta controversia. Paralelamente, distintos organismos e instituciones a nivel internacional han ido asumiendo esa relación, recomendando limitar la cantidad de azúcares en la dieta.
Pero antes de profundizar en la evidencia disponible actualmente acerca de la relación entre azúcar y salud, es conveniente recordar las limitaciones que existen a la hora de investigar en el campo de la nutrición. La mayoría de las patologías de las que vamos a hablar, y que pueden estar relacionadas con el consumo de azúcar añadido, son patologías crónicas, de origen multifactorial y que se desarrollan algunas además a lo largo de muchos años de evolución. Podemos entender la dificultad que existe a la hora de establecer relaciones causales entre un factor de riesgo concreto, en este caso alimentario, y el desarrollo de enfermedades de este tipo. Por un lado, el origen multicausal de la enfermedad requiere el control de una cantidad de variables de confusión que puede llegar a ser elevado. Y, por otro lado, el largo tiempo de evolución dificulta la realización de estudios de intervención, los ensayos clínicos aleatorizados y prospectivos que, como sabemos son los estudios que mayor capacidad tienen de comprobar relaciones de causalidad. Es necesario ser conscientes de que la mayoría de los estudios realizados en el ámbito de la nutrición son de tipo observacional, menos complejos de realizar, pero con una menor capacidad para demostrar relaciones de causalidad. Los estudios observacionales, aun siendo diseñado de forma prospectiva (estudios de cohortes), tienen importantes limitaciones que deben tenerse en cuenta3. Estos estudios observacionales muchas veces, al no disponer de estudios de intervención, son la única y mejor evidencia disponible, pero no siempre los responsables de elaborar las recomendaciones o las políticas de salud son conscientes de sus limitaciones. Por todo ello, las recomendaciones realizadas por los diversos organismos, instituciones o grupos de expertos, cuando dan información acerca del grado de evidencia en el que se sustentan, generalmente refieren que esta es de moderada o baja calidad4. Es importante tenerlo en cuenta, y no siempre se hace, de cara a no ser imprudentes a la hora de establecer dichas recomendaciones o de aplicarlas con más o menos rigidez en la práctica, pero sabiendo que indudablemente será mejor siempre disponer de una evidencia escasa que la ausencia de ella.
A pesar de que algunos autores consideran que la relación entre caries y consumo de azúcar ha disminuido en la época actual posflúor5, la cantidad consumida de azúcares añadidos se considera el factor dietético más relacionado con la caries6. Los compuestos ácidos resultantes de la fermentación que las bacterias llevan a cabo sobre los azúcares dañan el esmalte, y esta lesión puede ser agravada por otros factores. En la primera infancia, se ha estudiado la relación entre el consumo de bebidas azucaradas en el biberón, sobre todo a la hora de ir a dormir o durante la noche7, y del consumo de alimentos y bebidas con azúcar en general sobre el riesgo de caries. La relación se ha constatado en estudios observacionales, con un grado de evidencia débil8.
De cara a revisar sus recomendaciones sobre consumo de azúcares, la OMS encargó una revisión sistemática, la más amplia realizada sobre este tema hasta entonces, que fue publicada en el año 20149. Se seleccionaron 5 estudios en adultos, encontrándose relación entre azúcares y caries en todos ellos, así como en 42 de los 50 realizados en niños. Los autores concluyen que existe evidencia consistente de moderada calidad que muestra que la incidencia de caries es menor con ingestas de azúcares libres <10% de la energía total diaria (ETD). Esta revisión apoya disminuirla incluso a <5% en virtud de su potencial capacidad para ampliar el efecto preventivo, ya que niveles de ingesta de entre el 5 y el 10% de la ETD no eliminan del todo la probabilidad de desarrollar caries, aunque en este caso la evidencia que sostiene la recomendación es considerada como de muy poca calidad.
La prevalencia del sobrepeso en la infancia se ha convertido en uno de los más serios problemas de salud en los países desarrollados, sobre todo teniendo en cuenta su relación con el riesgo de sobrepeso, diabetes y enfermedad cardiovascular en el adulto.
Es difícil separar el efecto de un alimento concreto del que pueden producir otros alimentos, o incluso otros factores relacionados con el estilo de vida (sedentarismo, etc.). Aunque el azúcar no es el único factor dietético que influye sobre el exceso calórico, podemos entender fácilmente que añadir azúcar a los alimentos o a las bebidas incrementa su densidad calórica, sin aportar ninguna ventaja desde el punto de vista nutricional. Solo aporta dulzor, lo cual no es un valor nutricional en sí mismo. Podemos llamarlas por ello “calorías vacías”. En un entorno obesogénico como el que existe en gran parte del mundo, esto supone un inconveniente. Pero si hablamos de evidencia científica, hoy en día los datos más claros de los que disponemos parten de estudios que miden consumo de bebidas azucaradas10. Algunos autores consideran a las bebidas azucaradas como uno de los componentes concretos de la dieta que más pueden afectar de forma generalizada al riesgo de mortalidad y morbilidad en el mundo, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo11. Incluso los autores más críticos con las recomendaciones restrictivas acerca del consumo de azúcar reconocen que las bebidas azucaradas pueden suponer un mayor riesgo que otras fuentes de azúcar añadido12. Se consideran bebidas azucaradas todas aquellas que se elaboran con azúcar añadido y también aquellas que contienen frutas excepto si provienen de fruta al 100%. La inclusión o no de los zumos 100% como bebidas azucaradas a todos los efectos es hoy en día motivo de debate. Las bebidas azucaradas han llegado a ser la principal fuente de azúcar añadido en la dieta de niños y adolescentes, pudiendo llegar a suponer en algunos casos hasta el 15% de la ingesta calórica total diaria. Aunque no hay unanimidad y no todas las revisiones sistemáticas reflejan conclusiones uniformes, la asociación entre ganancia de peso y bebidas azucaradas es aceptada en general, aunque hay menos consenso acerca de la fuerza de la causalidad13,14 y sobre el impacto del efecto a largo plazo, al provenir esta evidencia fundamentalmente de estudios observacionales. Parece que este efecto negativo es mayor aún en niños previamente obesos o pertenecientes a familias desfavorecidas. Una revisión europea publicada en 2015 analiza las 13 revisiones sistemáticas y metaanálisis publicados hasta esa fecha. Nueve de estos trabajos confirman la relación entre bebidas azucaradas y obesidad. En 2 de ellos no encuentran relación y en otros 2 el resultado no es concluyente. La mayoría de los estudios bien diseñados15 y la evidencia más reciente16,17 confirma esta relación tanto en niños como en adultos, aunque se insiste en que la falta de uniformidad metodológica y los sesgos a la hora de medir el consumo pueden dificultar la investigación y la uniformidad en las conclusiones. Otro aspecto que influye en el sentido de dichas conclusiones es la existencia o no de conflictos de intereses. Los estudios18, e incluso las revisiones sistemáticas19, relacionados con la industria son mucho más propensos a llegar a conclusiones “débiles” o “nulas” sobre los efectos adversos de las bebidas azucaradas en comparación con los estudios independientes.
La razón por la que el azúcar ingerido de forma líquida puede tener una mayor capacidad de incidir en el peso podría estar en los mecanismos que controlan la saciedad. Diversos estudios demuestran que el aporte energético consumido de forma líquida es menos saciante que si es consumido de forma sólida20. El mecanismo de saciedad ante un aporte calórico elevado es importante en el organismo para compensar el balance energético diario, y por ello las calorías que se ingieren en forma líquida pueden tener una mayor capacidad para desequilibrarlo. Pero, por otro lado, la mayor evidencia acumulada sobre las bebidas azucaradas podría tener que ver con el hecho de obtener datos de la ingesta de estas bebidas es mucho más sencillo que obtener datos del consumo de azúcar en alimentos sólidos. Y eso puede condicionar el número de estudios disponibles y su calidad.
Aunque la posible relación entre el consumo de bebidas azucaradas en la infancia o adolescencia y el posterior desarrollo de diabetes tipo 2 en la edad adulta no está suficientemente estudiado, sí existe evidencia proveniente de estudios de cohortes prospectivos que relacionan este tipo de bebidas y el desarrollo de diabetes tipo 2 y resistencia a la insulina en adultos21,22. Más controversia existe, como veremos más adelante, a la hora de confirmar si esta relación es directa o se produce solo de forma indirecta a través de la capacidad que tiene el azúcar añadido para favorecer el sobrepeso.
La posible relación de las bebidas azucaradas con el sobrepeso, la diabetes, el síndrome metabólico y también, aunque en menor medida, con la hipertensión arterial, las relaciona con el riesgo cardiovascular. La Asociación Americana del Corazón (AHA)23 ha aceptado la asociación entre el aumento de los factores de riesgo de enfermedad cardiovascular en niños y el consumo elevado de azúcares añadidos “al menos en su forma líquida”. Algunos autores consideran que la evidencia de la que disponemos para relacionar directamente el consumo de bebidas azucaradas con la aparición a largo plazo de eventos cardiovasculares es insuficiente24, pero hay más datos para relacionarlas con sus factores de riesgo25, fundamentalmente sobrepeso y obesidad y en menor medida con alteraciones lipídicas o hipertensión arterial26, existiendo evidencia contradictoria27. La revisión sistemática elaborada por el Comité de Nutrición británico (SACN) concluye que no es posible sacar aún conclusiones sobre el efecto de la ingesta de azúcar sobre la enfermedad cardiovascular, al no haber evidencia suficiente2.
Quizás sea esta la gran pregunta, a la que hoy en día no es fácil responder. La hipótesis que achaca al azúcar un efecto directo en la patogénesis del síndrome metabólico y la diabetes tipo 2 se basa en que un aumento crónico de la secreción insulínica secundario a las reiteradas y bruscas elevaciones de la glucemia producidas por alimentos con alto índice glucémico daría lugar a una sensación de hambre precoz, a insensibilización de las células productoras de insulina y a un ambiente metabólico que favorecería el acúmulo de grasa. Ello daría lugar a obesidad y diabetes tipo 2 por medio de un mecanismo de alteración metabólica directa. Y una vez instauradas, el azúcar podría tener un efecto especialmente peligroso para acelerar su principal complicación, la enfermedad cardiovascular (ECV)28. Nuevamente, la mayoría de los estudios que avalan esta teoría se ha realizado analizando el consumo de bebidas azucaradas. Aunque se trata de una teoría plausible y que va acumulando datos favorables, aún no disponemos de evidencias suficientemente firmes como para confirmarla o darla por universalmente aceptada. Las últimas revisiones en concreto sobre el papel del índice glucémico y la efectividad de reducirlo en la dieta han dado resultados contradictorios y en cualquier caso modestos29,30. Seguramente futuras investigaciones arrojarán más luz al respecto.
Se sigue, por tanto, debatiendo mucho acerca de si el efecto negativo del azúcar añadido, y de las bebidas azucaradas en particular, sobre el metabolismo o la salud cardiovascular en general se debe a una acción directa como la que acabamos de describir o bien es solo secundario a su capacidad de aumentar el aporte calórico de la dieta y desequilibrarlo. Según esta otra hipótesis, un consumo excesivo de azúcar podría dar lugar a diabetes tipo 2 de forma indirecta, solo justificada por su capacidad de influir sobre al aporte calórico de la dieta y afectar al balance energético. Este exceso calórico daría lugar a largo plazo a sobrepeso, el cual sabemos que es factor de riesgo de ECV, uno de los principales si nos referimos al síndrome metabólico y a la diabetes tipo 2. En algunos de los estudios realizados hasta la fecha, gran parte de la asociación entre azúcar y diabetes tipo 2 se debilita cuando se ajustan los datos por índice de masa corporal (IMC)22, pero en otros estudios sí que se observa un posible efecto directo independiente de la ganancia de peso31. Por otro lado, el ajuste por IMC no tiene en cuenta del todo el efecto de la adiposidad, ya que IMC y adiposidad se correlacionan solo en aproximadamente un 75%. Y es la adiposidad la que más influye en el riesgo de diabetes tipo 2. En definitiva, hoy en día se mantiene la duda acerca de si existe o no un efecto directo e independiente28,32,33.
En los últimos años ha crecido también la incertidumbre sobre el posible papel en concreto del consumo elevado de fructosa, a través de su metabolismo hepático, en la génesis de determinadas alteraciones metabólicas, en el desarrollo del hígado graso no alcohólico, hiperuricemia o hipertensión arterial. Recordemos que la sacarosa o el HFCS, utilizados para endulzar algunos alimentos (azúcar añadido), se componen de fructosa + glucosa más o menos a partes iguales. Estos efectos se han podido observar en modelos animales o con dosis muy elevadas de fructosa, pero estas evidencias no son necesariamente generalizables para la dieta humana habitual. No hay consenso sobre qué impacto tienen estas alteraciones en el desarrollo de la enfermedad hepática o cardiovascular ni acerca de si la fructosa tiene un efecto negativo independiente al que han demostrado las bebidas azucaradas en general. De hecho, son las bebidas azucaradas precisamente las que más fácilmente pueden contribuir a que en algunos niños se alcancen ingestas elevadas de fructosa. Aunque hay datos que sugieren que la fructosa consumida a altas dosis podría incrementar la neolipogénesis hepática, contribuir a largo plazo a la resistencia insulínica y a aumentar la adiposidad visceral, no sabemos si ese efecto es independiente o no de las calorías de la dieta. El desarrollo del hígado graso no alcohólico podría estar favorecido por esa acción directa de la fructosa, pero de nuevo también, o quizás únicamente, por una acción indirecta del azúcar añadido con la que se endulzan alimentos procesados y bebidas, ya que favorece el sobrepeso, el cual es uno de los más claros factores de riesgo del hígado graso. Las escasas revisiones sistemáticas en las que se ha intentado dilucidar si existe o no un efecto de la fructosa sobre el hígado graso independiente del sobrepeso han llegado a conclusiones contradictorias34-36.
En virtud de todos estos datos diversas instituciones y organismos internacionales de salud pública han establecido recomendaciones (Tabla 1) orientadas a la reducción del consumo de azúcares, ya que este consumo es elevado en casi todo el mundo, especialmente en niños. Existe en general consenso en cuanto a la reducción del consumo de bebidas azucaradas. Las recomendaciones se dirigen de forma unánime hacia una limitación o minimización del consumo de estas bebidas.
Tabla 1. Recomendaciones sobre consumo de azúcares. Mostrar/ocultar
No existe tanto acuerdo en lo referente al consumo de azúcares añadidos en general. Las directrices más recientes tienden a introducir también restricciones en ese sentido, pero algunos autores o instituciones no encuentran evidencia suficiente que justifique restricciones tan amplias o tan concretas, o propugnan establecer límites solo a las bebidas azucaradas. Otros grupos de expertos consideran necesario proponer un límite máximo, a pesar de la dificultad y la falta de evidencia firme para establecer la cantidad de azúcar a partir de la cual puede dañarse la salud32. La directriz de la OMS en 2015 establece como objetivo ideal reducir el consumo de azúcares a menos del 10% de la ETD (lo cual corresponde aproximadamente a 50 g = 12,5 cucharadas rasas de café para un adulto), incluso a menos del 5%. Tanto la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátricas (ESPGHAN)37 y el SACN2 han asumido incluso la recomendación más restrictiva, del 5%. Estas directrices de la OMS, la ESPGHAN y del SACN se refieren a azúcares libres, lo cual supone incluir también a la miel y los zumos de frutas entre las fuentes de azúcares que hay que evitar. Dado que el balance entre efectos beneficiosos y perjudiciales de los zumos provenientes 100% de fruta no es del todo comparable al de las bebidas azucaradas, esta inclusión ha sido y sigue siendo motivo de controversia. Por otro lado, proponer este objetivo tan ambicioso inferior al 5% también ha suscitado dudas en algunos expertos, al estar basado únicamente en el riesgo de caries dental y basado en una evidencia débil. Es más, algunos autores consideran que en general las recomendaciones institucionales sobre reducción del consumo de azúcar aún no cuentan con una evidencia fuerte que las sostenga, sobre todo a la hora de cuantificar un límite concreto o de achacar al azúcar una relación causal con determinadas patologías más allá de su influencia sobre las calorías de la dieta. A esta conclusión llega una reciente revisión sistemática que analiza según la escala GRADE la calidad de 9 guías que incluyen recomendaciones sobre el consumo de azúcar. Pero para complicar más el debate, los propios autores reconocen que la principal limitación de su trabajo es haber recibido financiación de una organización, ILSI, que se financia a su vez principalmente de la industria alimentaria4.
Hemos visto que la evidencia sobre el efecto de las bebidas azucaradas justifica que sean desaconsejadas. Las intervenciones encaminadas a reducir el consumo de este tipo de bebidas pueden ser eficaces desde la primera infancia38. Pero ¿y el azúcar añadido en alimentos sólidos? Como hemos comentado, existe debate sobre hasta dónde debe llegar la limitación del consumo de azúcar en general, pero sabemos que en general los productos que contienen azúcar añadido son productos procesados o ultraprocesados, que contienen a su vez cantidades elevadas de grasa, alta densidad energética, son nutricionalmente poco adecuados y se deben desaconsejar. Es un tipo de alimentación insana, en la que se incluye el azúcar, pero no solo, y que puede ir asociada a un determinado estilo de vida (sedentarismo, etc.). Algunos fabricantes están empezando a reformular la composición de algunos de estos productos, disminuyendo por ejemplo la cantidad de azúcar añadido o sustituyendo determinados tipos de grasa por otras de mejor calidad. Este tipo de estrategias puede disminuir el impacto negativo de estos productos39, pero no por ello dejan de ser procesados y se convierten en recomendables.
Hay quien plantea que las recomendaciones, más que sobre nutrientes o ingredientes específicos, deberíamos dirigirlas hacia el consumo de alimentos originales, naturales, no procesados. Es decir, debemos promover aquellos alimentos a los que no es necesario quitar el azúcar añadido, porque no lo llevan: hortalizas, frutas, legumbres, cereales enteros, carne, pescado. Hay que tener en cuenta que el azúcar añadido no es la única característica de los productos procesados ni la única fuente de exceso de calorías en una dieta. Sabemos que determinados estilos de vida que se relacionan con el sobrepeso están en el origen de estas enfermedades crónicas. Quizás el consumo de bebidas azucaradas pueda ser simplemente una característica especialmente visible de estos tipos de estilo de vida40. Sabemos que un alto consumo de calorías extra en forma de azúcar puede contribuir al sobrepeso, pero no es su única causa. Futuras investigaciones nos podrán dar más luz acerca de si se confirman los datos que pueden existir actualmente a favor de un efecto directo e independiente del azúcar en la patogenia de esas enfermedades y de si, por tanto, es necesario restringir su consumo de una forma más específica y más severa. En todo este proceso, es clave el rigor investigador y una lectura crítica de los datos que van apareciendo para evitar, por ejemplo, un enfoque prematuro y excesivo sobre el azúcar como causa única o principal de unos problemas cuya etiología sabemos que es multifactorial.
Informe del comité de nutrición británico (SACN) sobre carbohidratos y salud.
Revisión sobre azúcar y diabetes tipo 2.
Posicionamiento del Comité de Nutrición de la ESPGHAN sobre el azúcar en niños.