El tiempo mínimo de permanencia en este artículo es de 10 min.
Usted lleva min.
En las últimas décadas, el estilo de vida de la infancia ha cambiado de forma significativa. El aumento del sedentarismo, el uso excesivo de las pantallas y la reducción del juego activo han contribuido a un deterioro progresivo de la salud de niños y adolescentes. En este contexto, la actividad física emerge no solo como un medio para prevenir el sobrepeso y la obesidad, sino como un determinante clave de salud global que afecta el desarrollo físico, emocional y social desde las primeras etapas de la vida.
Numerosos estudios han demostrado que la actividad física regular en la infancia se asocia con beneficios significativos:
Además, favorece el desarrollo neurológico, la autoestima, la función cognitiva y la salud mental, actuando como un factor protector frente a la ansiedad y la depresión (Tabla 1)1.
Pese a estos beneficios, los niveles de actividad física en niños y adolescentes se sitúan por debajo de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud2: al menos 60 minutos diarios de actividad moderada a vigorosa (ejercicios aeróbicos como caminar, correr, nadar, bailar, etc., que requieran una intensidad medio-alta), incluyendo tres días a la semana de ejercicios de fortalecimiento muscular (trepar, ejercicios con el peso corporal como flexiones, sentadillas…) y óseo (ejercicios de salto). El estudio PASOS (2022)3 cifra en más del 60% los niños que no alcanzan los niveles recomendados de actividad física diaria. Esta brecha entre recomendaciones y realidad es especialmente preocupante en contextos de alta prevalencia de sedentarismo, desigualdades sociales y falta de acceso a espacios seguros para moverse.
Tabla 1. Beneficios de la actividad física en la población infantojuvenil. Mostrar/ocultar
Las actividades organizadas y los deportes seguros y eficaces para niños deben tener objetivos apropiados para su edad y nivel de desarrollo, tales como:
La participación en actividades y deportes organizados brinda a los niños la oportunidad de aprender a seguir reglas adecuadas a su edad o nivel de habilidad, y a desarrollar autodisciplina, autoestima y liderazgo. Así mismo, los programas deportivos organizados deben promover la prevención de lesiones y educar en nutrición e hidratación adecuada, evitar el uso indebido de ayudas ergogénicas o esteroides anabolizantes y fomentar la adopción del hábito de ejercicio de por vida.
Desde la Pediatría tenemos un rol insustituible en la promoción de la actividad física. No se trata solo de una intervención para niños con exceso de peso, sino de una acción transversal que debe integrarse en cada consulta de salud infantil y que debe incluir una evaluación de la condición física relacionada con la salud y con el rendimiento deportivo (Figura 1 y Figura 2). Prescribir movimiento es prescribir salud.
Figura 1. Condición física relacionada con la salud y con el rendimiento deportivo. Mostrar/ocultar
Figura 2. Aspectos de la condición física para lograr un rendimiento deportivo. Mostrar/ocultar
La guía del Ministerio de Sanidad subraya la importancia de valorar no solo la frecuencia, la intensidad, el tiempo y el tipo de ejercicio (modelo FITT), sino también las barreras psicosociales y ambientales que pueden dificultar la adherencia. En este sentido, el pediatra tiene un papel esencial como motor de cambio4 y debe:
Existen evidencias de que la CRF es un indicador objetivo útil de salud pediátrica general y clínica. En un metaanálisis reciente que evaluó la CRF y la salud infantil y adolescente se concluye que la CRF se asocia favorablemente con marcadores de adiposidad (pliegues cutáneos, circunferencia de cintura, índice de masa corporal), indicadores cardiometabólicos (colesterol, insulina, HOMA-IR, triglicéridos) y con salud mental y bienestar (autoestima, percepción corporal, calidad de vida). Las asociaciones fueron moderadas, aunque algunas no alcanzaron significación estadística (presión arterial, LDL, glucosa).
En lo que respecta a las patologías crónicas, los niños con cáncer, diabetes tipo 1 y fibrosis quística tienen niveles significativamente más bajos de CRF. En la fibrosis quística, el bajo CRF se asoció con un riesgo 4,9 veces mayor de mortalidad. En diabetes tipo 1, una mejor CRF se asoció con un mejor control glucémico (HbA1c)5.
La mejora en la CRF es relevante clínicamente, ya que se asocia con mejor pronóstico cardiovascular, menor mortalidad y mayor calidad de vida. La evaluación de la CRF en niños y adolescentes podría integrarse como un marcador temprano de riesgo para enfermedades futuras. Por tanto, debemos priorizar como estrategia preventiva la actividad física regular para una mejora de la CRF tanto en población sana como en aquella que padece patologías crónicas.
La prescripción médica de ejercicio físico ha mostrado ser efectiva si se adapta a la edad, intereses, estado clínico y contexto del niño y adolescente. A la hora de prescribir ejercicio debe tenerse en cuenta también la modalidad de ejercicio aeróbico y el entrenamiento de fuerza. El entrenamiento de alta intensidad o High-Intensity Interval Training (HITT) es una intervención efectiva, eficaz y eficiente para mejorar la salud metabólica, la condición física y la composición corporal en adolescentes, y tiene mejores resultados en CRF, disminución de grasa abdominal y de LDL-colesterol que el ejercicio continuado de intensidad moderada o Moderate-Intensity Continuous Training (MICT)6,7. Estos beneficios se atribuyen al mayor gasto energético posejercicio y al efecto sobre vías moleculares (AMPK, PGC-1α) que aumentan la capacidad oxidativa muscular. También aumenta el volumen sistólico, el gasto cardiaco y el contenido mitocondrial, que se traduce en mejoras en presión arterial, frecuencia cardiaca, sensibilidad a la insulina y en fuerza y desarrollo musculoesquelético.
La prescripción de entrenamiento de fuerza bien diseñado en población infantojuvenil es seguro y eficaz, tal y como recomiendan la Academia Americana de Pediatría y el Colegio Americano de Medicina del Deporte8. La fuerza es esencial para desarrollar habilidades motrices, produce activación neuronal y reclutamiento de unidades motoras, mejora de la coordinación y del rendimiento deportivo. Tiene impacto beneficioso en la salud ósea y en la composición corporal. Incluir el entrenamiento de fuerza aumentará la competencia, confianza y participación en la actividad física, con beneficios para la salud a largo plazo.
Entre los principales retos a los que nos enfrentamos:
Para abordar estas limitaciones se requieren estrategias de salud pública integradas. Es urgente fomentar entornos escolares y comunitarios que favorezcan estilos de vida activos, equitativos e inclusivos. Desde las políticas sanitarias y educativas hasta las acciones locales, toda la sociedad debe implicarse en la creación de un ecosistema que permita a los niños moverse, jugar y disfrutar del ejercicio de manera natural y cotidiana.
La actividad física no es una elección opcional para la infancia: es una necesidad biológica, una herramienta de equidad y una inversión en salud futura. Como profesionales de la salud infantojuvenil, tenemos el deber y la oportunidad de liderar este cambio.
Porque un niño activo hoy, es un adulto más sano mañana.