A finales del siglo XIX, Wilhelm Conrad Roentgen, físico de origen alemán, descubrió una nueva radiación electromagnética a la que denominó “rayos X”. La comunicación de sus hallazgos en 1895 constituyó un hecho histórico sin precedentes en la historia de la Medicina, al permitir observar el interior del cuerpo1.
Algunas de las propiedades físicas de los rayos X detectadas por su descubridor se aplicaron rápidamente, mientras que otras, como los efectos biológicos, fueron apreciadas años más tarde. A lo largo del siglo XX, se han ido mejorando los equipos productores de rayos X y estableciendo normas para su utilización encaminadas a minimizar los efectos de la radiación sobre el organismo. Sin embargo, las radiaciones médicas siguen siendo la fuente más importante de radiación artificial en la población.
Los criterios de utilización de los rayos X, en las distintas modalidades de imagen, se revisan de forma periódica y tienden a ser restrictivos si no existe una indicación clara. Estos criterios son aún más estrictos en pacientes pediátricos, dada su mayor sensibilidad a los posibles efectos secundarios.
En los últimos años, se han publicado en Europa varias leyes que regulan el empleo de estas radiaciones para usos médicos, tanto diagnósticos como terapéuticos, y obligan a los clínicos a justificar cada una de las exploraciones solicitadas. En España, dicha obligación está regulada por el Real Decreto 758/20012, por el que se deberán tener en cuenta los criterios de solicitud de cada exploración, elaborados por el Real Colegio de Radiólogos del Reino Unido (RCR) y asumidos por la European Atomic Energy Community (EURATOM), organismo regulador del uso de las radiaciones ionizantes en el ámbito europeo3.
Por otro lado, la realización del estudio debe ser optimizada, y llevarse a cabo bajo la supervisión de un radiólogo, que realizará su lectura y emitirá un informe. Esto no es óbice para que todo clínico sepa interpretar un estudio de forma correcta.
La radiología simple sigue siendo la exploración básica en el área esquelética, la más utilizada y la de mayor rendimiento en general. Afortunadamente, la radiografía digital se va incorporando a los centros sanitarios, lo que permite una calidad más homogénea y una reducción de las dosis de radiación.
Es probablemente su riqueza semiológica (conjunto de signos en la imagen), aprendida a lo largo de más de cien años de uso, junto con su disponibilidad, lo que la ha mantenido como una herramienta insustituible en el diagnóstico de la patología ósea.
A diferencia del tórax o el abdomen, que tienen unas pocas proyecciones radiológicas, en el sistema esquelético, cada área anatómica tiene sus proyecciones específicas. Así, en la medida de lo posible, se busca que existan dos proyecciones ortogonales (anteroposterior [AP] y lateral), para apreciar su estructura de forma adecuada. Esto es posible en algunas zonas, como las extremidades y la columna, pero en otras, la superposición de elementos contralaterales impide la obtención de la proyección ortogonal, por lo que se ha de optar por realizar variaciones en la proyección y, de este modo, conseguir una segunda visión que complemente a la AP o principal.
Un ejemplo puede ser el hombro, donde la proyección lateral no existe, ya que superpondría ambos hombros impidiendo la obtención de una imagen válida para el diagnóstico, y donde cada uno de sus componentes óseos tiene su proyección: AP y axial para la articulación escapulohumeral, que pueden complementarse con una tercera proyección denominada desenfilada subacromial (Figura 1); la clavícula se estudia de forma independiente y la escápula tiene su propia proyección desenfilada, además de la AP.
Figura 1. Mostrar/ocultar
No se debe olvidar que el esqueleto, a diferencia de otras áreas anatómicas, tiene movilidad entre sus componentes, lo que puede requerir realizar proyecciones funcionales cuando se sospeche una inestabilidad mecánica entre ellos.
Por último, se debe tener en cuenta la patología que se va a estudiar, ya que las diferentes proyecciones pueden realizarse en decúbito (descarga), o en ortostatismo (carga). Cuando interese valorar la estática de una zona anatómica, la proyección debe realizarse en ortostatismo, mientras que si lo que interesa únicamente es la morfología, la proyección en decúbito es suficiente.
En la Tabla 1 se exponen las proyecciones más comunes en las diferentes estructuras esqueléticas.
Tabla 1. Mostrar/ocultar
Como se ha comentado, la RCR estableció, basándose en pruebas científicas rigurosas y en diversos estudios, cuáles eran las pruebas radiológicas útiles, y las definió como: aquellas cuyo resultado, positivo o negativo, contribuye a confirmar su diagnóstico o a modificar la conducta diagnóstica o terapéutica. Muchas pruebas radiológicas no cumplen estos cometidos y exponen innecesariamente a los pacientes a la radiación. Dichos criterios fueron asumidos por las demás sociedades europeas.
Según dichos criterios, la exploración radiológica puede ser/estar:
Las principales causas del incremento de costes y exceso de radiación en los pacientes suelen ser:
Los criterios comentados por el RCR también tienen en cuenta las dosis de radiación recibidas en cada técnica, clasificándolas en cinco tipos, del 0 al IV:
Sobre la base de estos criterios, se muestra un resumen de las indicaciones más habituales en la Tabla 2.
Tabla 2. Mostrar/ocultar
Por último, recordar que las indicaciones de cada técnica pueden variar dependiendo del centro en el que se atienda al paciente, de su disponibilidad y de las guías clínicas que se hayan consensuado entre los distintos departamentos, siempre basadas en criterios de evidencia científica.
La lectura de cualquier estudio radiológico requiere, por un lado, unas condiciones ambientales determinadas, y por otro, un análisis cuidadoso, ya que la información clave para llegar al diagnóstico correcto puede hallarse en cualquier esquina de la radiografía. Además, se debe tener en cuenta que una buena técnica es el 50% del diagnóstico. Esta afirmación, que se puede aplicar a toda la radiología, es más importante en la radiología esquelética, ya que una proyección defectuosa puede generar falsas apreciaciones u ocultar determinadas patologías. Por ello, además de disponer de una correcta información clínica, debe estudiarse desde la identificación de la placa, hasta la esquina opuesta, reconociendo la anatomía y detectando las alteraciones semiologías (Figuras 2 y 3).
Figura 2. Mostrar/ocultar
Figura 3. Mostrar/ocultar
Actualmente existen numerosos atlas de anatomía radiológica, todos ellos recomendables, que ayudan a reconocer los diferentes elementos en las imágenes4,5, y diversos libros para el aprendizaje de la semiología, que pueden resultar de interés6-8.
La zona reservada para identificar el estudio debe contener el nombre del paciente, el número de identificación, la fecha de realización del estudio y el centro o institución donde se realizó.
Otro dato importante es la señalización del lado (derecho o izquierdo), para colocar correctamente la placa y evitar errores de diagnóstico por realización del estudio en el lado sano.
Ante un estudio radiológico, se debe empezar por lo más general, para llegar a lo particular, paso a paso. Existe una regla mnemotécnica anglosajona que puede ser de utilidad, denominada “ABC’S" (“del ABC”).
“Solo se identifica aquello que se ve, y se diagnostica aquello que se conoce” (R. Fraser)
A pesar de realizar una lectura correcta, no siempre se detectan todas las alteraciones existentes; se estima que el porcentaje de errores puede oscilar entre un 1% en placas normales o negativas, y un 30% en las patológicas o positivas. Esto puede deberse a diversas causas, como factores físicos (densidad de la lesión similar a la del entorno), mala calidad de la técnica, lesión oculta por otras estructuras, imágenes falsas creadas por la superposición de estructuras... Pero no se ha de olvidar que una de las causas más comunes de error es el desconocimiento semiológico.
Los cuatro datos fundamentales que se deben evaluar en cualquier estructura y en las diferentes técnicas empleadas son: el tamaño, la forma, la densidad y el número.
En relación al tamaño, una estructura puede ser mayor de lo normal, pudiendo indicar una anomalía de tipo congénito (malformación o displasia con crecimiento monostótico o generalizado aumentado) o endocrinológico (gigantismo), o ser secundaria a remodelación postraumática, infección, tumor (por insuflación), etc. A su vez, el crecimiento puede ser focal, de una parte del hueso, o completa, de todo el hueso.
Si nos referimos a la disminución del tamaño, esta alteración es más común, aunque plantea posibilidades diagnósticas similares: congénitas, con hipoplasias segmentarias; displasias, con enanismo o con afectación de parte del esqueleto (platiespondilia en la columna); endocrinológicas, que pueden ser armónicas (defecto de hormona de crecimiento) o no armónicas (hipotiroidismo); secundarias a traumatismos (aplastamiento, acabalgamiento de fragmentos, pérdidas de fragmentos, cierre fisario precoz por formación de un puente óseo), infecciones con lesión del cartílago fisario, etc. (Figura 4).
Figura 4. Mostrar/ocultar
Las variaciones en la forma plantean un diagnóstico diferencial similar, ya que las infecciones, los traumatismos, los tumores, las alteraciones displásicas y otras pueden generar deformidades. Entre las deformidades más comunes están:
Figura 5. Mostrar/ocultar
Las alteraciones de la densidad son probablemente las más comunes, debiendo diferenciarse las que son generalizadas, en todo el esqueleto, de las focales.
Las disminuciones generalizadas de la densidad ósea se denominan osteopenias. Las causas más comunes de osteopenia generalizada son la osteoporosis, la osteomalacia, el hiperparatiroidismo y algunos tumores como el mieloma múltiple.
Detectar una osteopenia generalizada no siempre es fácil; signos sugestivos son la disminución del número de trabéculas óseas o el adelgazamiento de las corticales. En este sentido, la apreciación de una mayor definición del reborde óseo puede ser consecuencia de una menor densidad interna del hueso, que se asemeja en densidad a las partes blandas circundantes. En determinados casos, la desaparición de las trabéculas orientadas en un sentido (por ejemplo, horizontales) origina la falsa impresión de un mayor número de trabéculas verticales, que le dan al hueso un aspecto en enrejado; es lo que ocurre en las vértebras desmineralizadas. Por último, el ensanchamiento de la cavidad medular por disminución del grosor cortical (a nivel de los metacarpianos o en otras localizaciones) ha sido empleado como índice de osteoporosis, aunque presenta una sensibilidad y una especificidad bajas.
Otros signos de desmineralización se asocian a deformidades óseas o fracturas, como consecuencia del hundimiento del hueso sobre sí mismo de forma espontánea o por pequeños traumatismos.
El aumento generalizado de la densidad puede deberse a anomalías del desarrollo o a displasias como la osteopetrosis, en la que no existe reabsorción ósea endomedular que modele el hueso; puede estar relacionada con el excesivo depósito de minerales, como la fluorosis, o ser consecuencia de una mayor densidad de la endomedular ósea, como en el caso de las mielofibrosis.
En la mayoría de los casos, el aumento focal de la densidad corresponde a los denominados islotes óseos, que conviene distinguir de las lesiones reactivas (callos de consolidación) o tumorales (Figura 6).
Figura 6. Mostrar/ocultar
Las desmineralizaciones regionales suelen estar relacionadas con patologías que provocan disminución de la funcionalidad de la región (inmovilizaciones por fracturas o esguinces, distrofias simpático-reflejas o inflamaciones articulares con rigidez); se aprecian mejor al compararse con zonas vecinas dentro del mismo hueso. Son frecuentes en áreas periarticulares, y pueden manifestarse como zonas difusas o moteadas de menor trabeculación. Se debe tener especial cuidado en no confundirlas con lesiones líticas tumorales, cuyo estudio requiere una mayor profundización.
Las reacciones periósticas son alteraciones relativamente frecuentes que reflejan la existencia de un mecanismo de defensa ante una agresión interna o externa al hueso. Dependiendo de la intensidad y duración de la agresión, se distinguen dos tipos: compactas, cuando su crecimiento es organizado, e interrumpidas, cuando es desorganizado, originado por una lesión de mayor agresividad.
La valoración de la patología ósea no sería completa si no se atiende también a la valoración de las alteraciones extraóseas o de partes blandas, que en muchas ocasiones dan la clave para sugerir la existencia de una patología (inflamación periarticular, calcificaciones, derrames articulares, desplazamiento de almohadillas grasas, etc.). Un ejemplo clásico es la existencia de masas de partes blandas, asociadas a lesiones óseas agresivas (burbujas de gas en abscesos por osteomielitis, componentes cálcicos de matriz condroide u osteoide en las masas tumorales, etc.).
El número de huesos puede variar por anomalías en la formación; así, la ausencia completa se denomina agenesia o aplasia, y el déficit parcial o el menor desarrollo, hipoplasia o defecto focal (Figura 7).
Figura 7. Mostrar/ocultar
Los huesos que superan el número habitual se denominan supernumerarios, y si conforman una porción anatómica completa, constituyen un miembro supernumerario; es relativamente frecuente la polidactilia, o aparición de seis o más dedos, pudiendo ser estos completos o incompletos.
Las alteraciones en el número son frecuentes en algunas áreas como el raquis, donde pueden existir anomalías en la segmentación, por la presencia de dos segmentos unidos (sinostosis o coalición); mayor número de vértebras (vértebras supernumerarias); variaciones en la organización (sacralización de las vértebras lumbares o lumbarización de las sacras o dorsales), etc., siendo estas alteraciones más raras en los huesos largos.
También es posible detectar segmentaciones dentro de un mismo hueso, como consecuencia de defectos de unión o falta de consolidación de los núcleos de osificación. A este grupo corresponden los huesos accesorios en las apófisis y, la menos frecuente, pseudoartrosis congénita.
En el esqueleto en desarrollo, distintas variantes de la normalidad simulan variaciones de número o forma, pudiendo inducir a error diagnóstico. Como norma, para diferenciar una variante anatómica de una lesión, es importante:
El estudio de las alteraciones articulares conlleva una semiología específica, que puede resultar amplia y en ocasiones confusa (Tabla 3).
Tabla 3. Mostrar/ocultar
Se propone seguir la siguiente sistemática:
Ya se han comentado algunos aspectos de la semiología de las partes blandas en relación con la patología ósea y articular. A continuación, se abordará la semiología específica no relacionada con los otros elementos, siguiendo el mismo esquema de las alteraciones básicas: alteraciones de la densidad, el tamaño, la forma y el número.
En radiología simple, las variaciones de la densidad son las más comunes en las partes blandas, principalmente por aumento de la misma.
Se ha de distinguir entre calcificación y osificación; en la primera, el depósito de calcio es grumoso y desorganizado, mientras que en la segunda se produce una verdadera diferenciación a hueso y se encuentran trabéculas óseas y cortical diferenciadas, como en las miositis osificantes postraumáticas.
Los cuerpos extraños no son raros en las partes blandas y pueden ser de materiales muy diferentes (cristal, madera, metal, tejido), generando pequeños focos de densidad variable.
Figura 9. Mostrar/ocultar