Ante un paciente que ha sufrido un traumatismo, se han de tener en cuenta una serie de datos para valorar el riesgo de lesiones asociadas, tales como la intensidad del traumatismo, la localización, la presencia de heridas, de un síndrome clínico asociado (pérdida de conciencia, posible afectación visceral), etc.
Dependiendo de estos factores, la estabilización y el posterior traslado a un centro hospitalario será lo prioritario en unos casos, mientras que en otros la observación y el seguimiento clínico podrán ser suficientes.
Dependiendo del área comprometida y la intensidad de la lesión, cabe distinguir entre:
Aunque el diagnóstico del traumatismo óseo es clínico, el estudio radiográfico se emplea para su confirmación y para determinar sus características.
De entrada, la técnica de imagen a utilizar es la radiología simple (accesible, barata y con buena sensibilidad). Al solicitar la prueba se deben tener en cuenta una serie de recomendaciones, que pueden agruparse para su memorización como la "regla de los doses".
En el caso de lesiones de partes blandas, también el diagnóstico suele ser clínico. Si la lesión es importante, con colección hemática significativa o con clínica llamativa, las dos técnicas más empleadas son los ultrasonidos (US) o ecografía y la resonancia magnética (RM).
La ecografía es útil en todas aquellas lesiones de estructuras superficiales (músculos, tendones y ligamentos periarticulares). La RM se empleará en aquellas de localización intraarticular (poco accesibles a los US), en las de gran extensión o en las que una reparación quirúrgica precise de una valoración más detallada de la misma.
El análisis de un estudio radiográfico debe comenzar por las partes blandas. El aumento de volumen y los cambios de la densidad son frecuentes tras un traumatismo e indican la existencia de un edema del tejido lesionado, un derrame articular o una hemorragia. En ocasiones, es el único signo de una fractura. También pueden encontrarse calcificaciones, osificaciones o cuerpos extraños.
Una cuidadosa valoración radiológica de la zona del traumatismo puede poner en evidencia:
Figura 1. Mostrar/ocultar
Figura 2. Mostrar/ocultar
La imagen característica de la fractura es la interrupción de la cortical, de forma completa o parcial, y se manifesta por la presencia de una imagen lineal de baja densidad, generalmente bien definida, que puede variar en su dirección, con cambios angulosos. Sin embargo, en algunas proyecciones puede apreciarse una banda densa, dependiendo del grado de aposición de los fragmentos acabalgados o por corresponder a una fractura con impactación entre sus fragmentos.
En ocasiones, la línea de fractura no se aprecia, y los datos que orientan hacia su existencia son: la irregularidad de la cortical, bien por depresión o por resalte (rodete) (Figura 3), la angulación del hueso o la apreciación de una doble cortical.
Figura 3. Mostrar/ocultar
La aparición de esquinas metafisarias irregulares, por leve desplazamiento del reborde óseo, también es un signo de fractura y puede ser característico del síndrome del niño maltratado. La ausencia en la apreciación de signos de fractura no excluye su existencia. Los casos de fracturas tipo V de Salter, en las que el cartílago fisario apenas se ve alterado, son un ejemplo.
El diagnóstico de fractura en fases tardías puede determinarse por la aparición de fenómenos reparativos, como el reborde perióstico o la esclerosis del hueso trabecular, siendo habitual que el espacio de la fractura aumente ligeramente como consecuencia de la reabsorción de los bordes, previo al comienzo de la formación de callo.
Es conveniente recordar que en todo estudio radiológico postraumático se deben incluir las articulaciones adyacentes.
Además de lo comentado en el apartado de partes blandas, ha de prestarse atención a la posible discontinuidad de los bordes articulares subcondrales (líneas de fractura que llegan a la superficie articular y que pueden generar incongruencias) y a las pérdidas de confrontación entre los segmentos (luxaciones o subluxaciones).
En la edad infantil, las estructuras ligamentarias y capsulares son más fuertes que los puntos débiles de los huesos (cartílago de crecimiento), por lo que pueden ocurrir con frecuencia avulsiones de epífisis o apófisis, y epifisiodesis (fusión diafisoepifisaria). En caso de que se produzca una luxación, ha de sospecharse la presencia de lesión fisaria asociada.
La consecuencia más habitual de un traumatismo en áreas musculoesqueléticas es la lesión de partes blandas, y solamente cuando la intensidad de aquel supera la resistencia de los elementos óseos se produce una fractura. Muchos traumatismos afectan al hueso, pero no provocan una fractura visible; son las denominadas contusiones óseas, que generan focos de edema endomedular, pero no tienen una manifestación radiográfica; solamente serán detectables por RM o gammagrafía.
A la hora de determinar las características de una lesión ósea se han de reconocer una serie de datos para poder clasificarlas y seleccionar su tratamiento.
La mayoría de las fracturas están ocasionadas por traumatismos de intensidad intermedia, siendo menos comunes las fracturas patológicas y las derivadas de traumatismos intensos. En niños y adolescentes, debido a que las propiedades mecánicas del hueso son algo diferentes, pueden ocurrir tras traumatismos considerados banales. Por ello, se ha de estar atento a los datos clínicos de limitación de la movilidad, resistencia a la movilización y aumento de partes blandas tras un traumatismo, aunque este sea leve, ya que pueden sugerir la existencia de una fractura.
Las fracturas se clasifican atendiendo a:
Figura 4. Mostrar/ocultar
Para describir una fractura, se deben tener en cuenta todas estas posibilidades. Por ejemplo, la imagen radiológica de la Figura 5 corresponde a una fractura de la falange proximal del dedo gordo del pie derecho, tras traumatismo directo, cerrada, estable, de localización diafisaria, de trazo transversal, único, sin desviación de los fragmentos y sin lesiones asociadas.
Figura 5. Mostrar/ocultar
La curación de una fractura depende de múltiples factores, como la edad del paciente, la localización y el tipo de fractura, la posición de los fragmentos, el estado del aporte sanguíneo, la calidad de la inmovilización o fijación y la presencia o ausencia de anomalías asociadas, como infección u osteonecrosis.
Durante el proceso de curación de una fractura, los controles periódicos son habituales y van encaminados a valorar el grado de consolidación y a detectar posibles complicaciones. El tiempo entre el diagnóstico y el primer control tras la reducción de la fractura y el siguiente control puede ser variable, dependiendo del grado de estabilidad de la fractura, de la técnica de inmovilización o de la edad del paciente. Habitualmente, en niños puede variar entre dos semanas, en aquellas fracturas que pueden ser inestables y requerir una inmovilización más ajustada después de la desaparición del edema postraumático, hasta seis semanas, en fracturas estables y de fácil consolidación, como paso previo a la retirada de la inmovilización.
Desde el punto de vista de la imagen, en el primer control (15 días), es posible encontrar un foco de fractura con línea hipodensa peor definida, que puede ser algo mayor que la original. El callo que aparece en estas fases se denomina blando (coágulo que se transforma en tejido fibroso y cartilaginoso) y no es apreciable en radiología, aunque la fractura comienza a ser estable.
En una fase más avanzada se podrá detectar la aparición de reborde perióstico (callo perióstico) y de esclerosis trabecular (callo endóstico), como focos de aumento de densidad en el borde y en el interior del hueso por mineralización (Figura 6). Finalmente, se produce una progresiva remodelación y diferenciación corticomedular.
Figura 6. Mostrar/ocultar
En casos de dificultad para valorar el grado de consolidación de una fractura, la TC permite determinarlo con mayor fiabilidad.
La mayoría de las complicaciones se refieren al proceso de consolidación. Entre las más comunes cabe citar:
Otras complicaciones que se pueden encontrar son:
El problema que representa un maltrato infantil intencionado no es especialmente frecuente, pero detectarlo es labor de los pediatras de Atención Primaria. Junto con el conjunto de datos clínicos que lo sugieren, el estudio radiológico puede ser de gran ayuda para determinar su existencia. Este estudio generalmente debe incluir radiografías de una sola proyección de los huesos largos de las extremidades, pelvis, columna, costillas y cráneo. Si se sospecha trauma craneal, debe realizarse TC para detectar la existencia de hematomas subdurales.
Los rasgos radiológicos más comunes en este síndrome son:
Siempre se debe actuar con prudencia en estos casos y se deben descartar algunas enfermedades que podrían ocasionar alteraciones parecidas, como las derivadas de la insensibilidad al dolor, algunas displasias con fragilidad ósea aumentada (osteogénesis imperfecta, hiperostosis cortical infantil...) o alguna endocrinopatía.
La lesión traumática articular puede provocar distensión ligamentaria y tendinosa sin pérdida de la congruencia (entorsis), luxación con reducción espontánea e inmediata (rótula) y luxación completa con o sin fractura en diferentes grados.
La entorsis o esguince de una articulación es consecuencia de la aplicación de una fuerza que genera una pérdida de la alineación transitoria, asociada a distensión o rotura de los elementos estabilizadores. Dependiendo de la articulación, estos serán solamente la cápsula y los ligamentos, o pueden asociarse elementos musculares, tendinosos u óseos (Figura 8).
Figura 8. Mostrar/ocultar
Son datos clínicos sugestivos, la presencia de impotencia funcional, dolor y aumento de volumen, y el estudio radiológico estará justificado si se sospecha la existencia de lesiones óseas.
En las radiografías, el dato semiológico más común es el aumento de volumen de las partes blandas, que indican la existencia de edema y/o hemorragia local, provocando el desplazamiento y borramiento de los planos grasos. Puede asociarse a derrame, con signos similares a los descritos en la distensión articular de la fractura.
Se ha de prestar atención a la posible existencia de fracturas, no solo en las zonas articulares, sino también en las zonas de inserción de los tendones circundantes, como ocurre en las entorsis de tobillo, donde además de valorar los maleolos de tibia y peroné, han de estudiarse la base del quinto metatarsiano, zona de inserción del tendón peronéo lateral corto, para detectar una posible avulsión (Figura 9).
Figura 9. Mostrar/ocultar
En casos de luxación con reducción espontánea inmediata, puede que la radiología sea negativa desde el punto de vista anatómico, pero han de buscarse pequeños fragmentos óseos desprendidos por avulsión o deformidades del reborde articular, que indiquen hundimiento óseo. Las alteraciones radiológicas de partes blandas pueden ser similares a las de la entorsis (edema y derrame), pero puede ocurrir lesión de estructuras intraarticulares que conlleve inestabilidad, como ocurre en las roturas de ligamentos cruzados, meniscales o labrales, o focos de contusión ósea con deformidad, que deben ser estudiados clínicamente y que, para su confirmación, habitualmente requerirán el empleo de RM.
Las luxaciones completas no son frecuentes en niños, y las dos articulaciones más afectadas son el codo (codo de niñera) y el hombro. Clínicamente, se puede observar deformidad e impotencia funcional. En el caso del codo de niñera, el diagnóstico radiológico puede no ser concluyente, ya que el leve desplazamiento de la cabeza del radio no es fácil de detectar y en general no suele ser necesaria.
Para el estudio radiológico de las luxaciones puede ser suficiente la radiología simple en dos proyecciones. En ellas podrá apreciarse la falta de congruencia ente los elementos óseos y las posibles fracturas asociadas (Figura 10). Se debe vigilar la aparición de secuelas, como las inestabilidades crónicas, las rigideces articulares, las alteraciones neuropáticas, etc.
Figura 10. Mostrar/ocultar
Las lesiones de estructuras intraarticulares tales como ligamentos, meniscos o del propio cartílago, requieren el empleo de RM para su diagnóstico, debiendo sospecharse su existencia cuando tras el traumatismo persiste el dolor, la disfunción, u ocurren bloqueos o inestabilidad, etc.
Las contusiones directas en partes blandas son tan comunes y banales en los niños, que en la mayoría de los casos el paciente no acude a su médico. Sin embargo, las heridas de cierta consideración suelen requerir limpieza a fondo, asegurándose de que no quedan cuerpos extraños en su interior, y sutura. Ante la duda (presencia de un cuerpo extraño o afectación ósea), es preferible que el paciente sea derivado para completar estudio (radiografía, US o RM) (Figura 11).
Figura 11. Mostrar/ocultar
La persistencia de un cuerpo extraño en las partes blandas habitualmente genera la aparición de fenómenos inflamatorios. La radiología puede detectar el cuerpo extraño si es radioopaco, o la aparición de burbujas de gas si se forma un absceso. Sin embargo, los cirujanos suelen requerir técnicas de imagen como los US o la RM para determinar con mayor precisión su localización, profundidad, extensión y posible relación con vasos o nervios.
Entre los traumatismos cerrados, los hematomas superficiales o musculares son frecuentes y raramente requerirán estudio radiográfico. En aquellos casos en los que la evolución no sea la esperada (persistencia de clínica, disfunción o aumento de volumen) deben ser estudiados por ecografía.
Son comunes en la edad infantil y la radiología simple aporta poco a su esclarecimiento, debiendo ser la ecografía, en la mayoría de los casos, la que determine el grado de lesión (tendinosis, rotura parcial o completa). Sin embargo, cada vez son más comunes las patologías de la inserción tendinosa con avulsión parcial de las apófisis (osteocondrosis). Esta alteración se presenta predominantemente en la adolescencia, en pacientes con una actividad física intensa y una musculatura muy desarrollada. El ejemplo más habitual es el dolor y aumento de volumen de la inserción tibial del tendón rotuliano, con avulsión parcial de la tuberosidad tibial (Osgood-Schlatter), aunque se pueden dar en otras apófisis (Calcánea posterior, isquiática, epicondílea). La radiología se caracteriza por un engrosamiento del tendón en la zona de inserción, y puede incluir fragmentos óseos de la apófisis separados de su base (Figura 12).
Figura 12. Mostrar/ocultar