Durante la infancia se pueden apreciar numerosos procesos de necrosis avascular (NAV) ósea, principalmente epifisarios. Sus características radiológicas son comunes, aunque pueden variar ligeramente dependiendo de la región afectada.
Conviene diferenciar entre lesiones necróticas secundarias a isquemia, que en la infancia generalmente son idiopáticas, de las denominadas osteocondrosis, que generalmente son de localización apofisaria, y consecuencia de una excesiva tracción de los tendones que en ella se insertan. En el primer grupo, en la edad infantil, la más conocida es la enfermedad de Perthes o NAV de la cadera. En el segundo grupo se incluyen, entre otras, las osteocondrosis de la tuberosidad anterior de la tibia y de la de la tuberosidad posterior del calcáneo, que serán tratadas en otro apartado.
Desde el punto de vista radiológico, un hueso que sufre un proceso isquémico generalmente presenta:
Cuando la necrosis se presenta en el interior del hueso endomedular (infarto óseo) sin que ocurra afectación epifisaria, el rasgo más común es la alteración de la densidad (zonas de esclerosis irregulares), siendo poco frecuentes el desarrollo de fracturas.
La NAV de cabeza femoral ocurre más frecuentemente en varones (5:1) y puede presentar todos los signos mencionados con anterioridad.
Aunque se han planteado diversas clasificaciones para intentar predecir la evolución del proceso, pocas son realmente útiles. También se han descrito algunos signos de riesgo, que se asocian a una mayor probabilidad de precisar corrección quirúrgica de las deformidades:
Esta entidad, también conocida como hipercifosis dorsal juvenil, y que generalmente tiene una evolución benigna, se debe a la NAV de los platillos vertebrales; se caracteriza por la irregularidad de los mismos (epífisis), principalmente en su región dorsal, la afectación de al menos tres cuerpos consecutivos, y la tendencia al acuñamiento vertebral e hipercifosis. Las deformidades del contorno son consecuencia de pequeñas herniaciones del disco intervertebral hacia el interior del hueso, hernias de Schmörl, que pueden deberse a una menor consistencia ósea o alteración de los platillos vertebrales.
Se denomina osteocondrosis a un grupo de entidades que se presentan por lo general en la infancia o adolescencia, y se caracterizan por un origen incierto, posiblemente traumático, y un componente de necrosis ósea.
Se distinguen tres grupos:
Los arrancamientos se presentan en zonas de inserción tendinosa donde existe una gran tensión con las maniobras de tracción, como pueden ser la tuberosidad tibial anterior, la apófisis posterior del calcáneo, los polos superior e inferior de la rótula, los isquiones, etc. Afecta a jóvenes que tienen una intensa actividad física y una masa muscular muy desarrollada, antes del cierre de los cartílagos fisarios, que ocurre durante la adolescencia. El síntoma principal es el dolor con la tracción o el ejercicio. Se debe diferenciar de los arrancamientos traumáticos agudos o las fracturas por avulsión.
El grado de afectación radiográfica es variable y va desde la normalidad, pasando por una leve separación de la apófisis de su base, hasta llegar a presentar un verdadero arrancamiento, lo cual es poco frecuente. Cuando el cuadro es clínicamente activo, se objetiva un aumento del grosor tendinoso en la zona de inserción.
Durante el proceso, se observan fragmentos epifisarios que, separados de su base, aparecen incluidos en el propio tendón. Una vez que la maduración llega a su fin, se produce la fusión de los diferentes fragmentos, conformando una apófisis ósea más prominente de lo habitual. Es el momento en el que cede el dolor.
Mediante técnicas complementarias se puede apreciar la alteración del tendón adyacente y el edema de partes blandas (Figura 2).
Figura 2. Mostrar/ocultar
Se denomina epifisiolisis al deslizamiento de la epífisis sobre la metáfisis, como consecuencia de una fractura espontánea del cartílago fisario. Su etiología es incierta, pudiendo intervenir factores traumáticos y hormonales (es más frecuente en la adolescencia y en varones). También se pueden incluir dentro del grupo de las necrosis óseas.
Su localización más frecuente es la cabeza femoral, apreciándose un desplazamiento de la misma en sentido posterior, medial e inferior, y generando una deformidad en varo con rotación externa y aducción del fémur. Siempre es útil comparar la extremidad afecta con la contralateral.
Los signos radiológicos que se describen son (Figura 3):
Figura 3. Mostrar/ocultar
Habitualmente requiere estabilización quirúrgica como tratamiento.
Son lesiones que probablemente tengan su origen en microtraumatismos repetidos y correspondan a focos de lesión condral asociados con frecuencia a lesión o fractura subcondral. Son frecuentes en la rodilla de adolescentes, y se localizan preferentemente en la porción central o lateral del cóndilo medial.
Radiológicamente se caracterizan por el hallazgo de una fractura focal del hueso subcondral, que queda incluido en un nicho o cavidad dentro del propio hueso (Figura 4).
Figura 4. Mostrar/ocultar
Este fragmento en ocasiones está recubierto por el cartílago y es estable, pero cuando se asocia a rotura del cartílago articular, el fragmento puede desprenderse de su lecho y migrar por el espacio articular, actuando como un cuerpo libre. El nicho dejado por el fragmento puede remodelarse, y habitualmente ocasiona un aplanamiento de la superficie condílea.
Las lesiones tumorales no son una patología frecuente, pero ante su sospecha tiene especial importancia profundizar en su diagnóstico de la forma lo más rápida posible, para su confirmación o exclusión.
Los pacientes con tumores musculoesqueléticos pueden presentar una demora en el diagnóstico que con frecuencia condiciona el pronóstico. Los motivos de dicha demora son varios, entre los que cabe destacar:
Como idea fundamental debe asumirse que, ante la sospecha de un tumor óseo, debe remitirse al paciente con urgencia a un centro de referencia en este tipo de lesiones.
Los signos radiológicos de las lesiones tumorales óseas en la edad pediátrica se basan en datos como la alteración morfológica, la variación de la densidad, la presencia de reacción perióstica y la masa de partes blandas.
Ante una lesión destructiva focal se han de considerar los siguientes aspectos: el patrón de destrucción, la delimitación o margen de la lesión, la zona donde asienta, el tipo y el grado de afectación de la cortical, etc. Para su análisis se puede utilizar la clasificación de Lodwick, que orienta el diagnóstico según el grado de agresividad de la lesión (Tabla 1):
Tabla 1. Mostrar/oculta
Las lesiones geográficas (tipo I) se subdividen a su vez en tres tipos: A, B y C, dependiendo de:
Las lesiones tipo IA y IB generalmente corresponden a lesiones poco agresivas y benignas. Las lesiones tipo II y III se consideran claramente agresivas y, si están generadas por un tumor, probablemente este sea maligno. Las lesiones tipo IC, se consideran indeterminadas.
No se debe olvidar que una lesión agresiva no es sinónimo de tumor, ya que las infecciones también pueden tener un comportamiento agresivo.
Respecto al diagnóstico diferencial, este dependerá en gran medida de la edad del paciente y la localización de la lesión en el hueso.
Las lesiones blásticas o esclerosas son las que se manifiestan con una mayor atenuación de la radiación X. Pueden deberse a engrosamientos corticales, focales o difusos, grumosos o laminares; a engrosamientos del hueso trabecular, generalizados, nodulares o lobulados; o secundarias a aumentos difusos de la atenuación, por cambios del contenido endomedular (mielofibrosis). En la Figura 5 vienen representados los principales patrones de afectación con matriz blástica del hueso.
Figura 5. Mostrar/ocultar
Las reacciones periósticas son alteraciones relativamente frecuentes, traducen la existencia de un mecanismo de defensa ante una agresión interna o externa al hueso y son proporcionales a la intensidad y la duración de dicha agresión. Se clasifican en dos grandes grupos: compactas o interrumpidas.
Las reacciones de tipo compacto son aquellas en las que la aposición perióstica es continua, existiendo diferentes modalidades: la laminar fina, en el caso de una agresión leve y de corta duración; la laminar gruesa, con capas superpuestas sin espacio entre ellas, en el caso de agresiones leves pero duraderas, o con morfología ondulante, de origen similar al anterior.
Las reacciones periósticas interrumpidas se clasifican en:
Analizando los extremos de la reacción perióstica (Figura 6), cabe apreciar dos tipos de unión entre la reacción perióstica y la reacción cortical. La de tipo “contrafuerte”, que sugiere un crecimiento lento de la lesión con formación de una reacción compacta que limita la lesión, y la forma en “Triángulo de Codman” que indica un crecimiento rápido de la lesión.
Figura 6. Mostrar/ocultar
Como ya se ha comentado, la valoración de la patología ósea no sería completa si no se atendiera también a la valoración de las alteraciones extraóseas o de partes blandas, que en muchas ocasiones son clave para el diagnóstico (inflamación periarticular, calcificaciones, derrames articulares, desplazamiento de las almohadillas grasas…).
Un ejemplo clásico es la existencia de masas de partes blandas asociadas a lesiones óseas agresivas, con un patrón infiltrante, y que apenas genera cambios de la densidad ósea. Se pueden apreciar burbujas de gas en abscesos por osteomielitis, componentes cálcicos de matriz condroide u osteoide en las masas tumorales, etc.
Es la tumoración ósea primaria más común. Generalmente asienta en zonas metafisarias, y se caracteriza por una formación de tejido óseo en continuidad con la cortical del hueso, y recubierto por una fina capa de cartílago (Figura 7).
Figura 7. Mostrar/ocultar
Cuando es múltiple, corresponde a una displasia ósea (osteocondromatosis), que puede degenerar hacia la malignidad en un 10% de los casos, generalmente de las lesiones que asientan en el tronco. En su crecimiento puede deformar elementos óseos vecinos o comprimir estructuras vasculoneurales, generando síntomas.
Los signos y síntomas que pueden indicar malignización, son: aparición de dolor, aumento del tamaño y, principalmente, el aumento del grosor de la caperuza cartilaginosa que lo recubre.
Dentro de este grupo se encuentran la mayoría de las lesiones fibrosas y cartilaginosas, además de las lesiones quísticas.
Las lesiones fibrosas son relativamente frecuentes; muchas de ellas se localizan en el borde del hueso, en la zona metafisaria, y ocasionan una leve insuflación de la cortical rodeadas de un anillo escleroso. Su interior suele ser hipodenso y homogéneo.
Las lesiones de tipo condral presentan en general un contorno bien definido, pero no escleroso, con borde lobulado e insuflación cortical. Dentro de este grupo, el condroblastoma es la lesión más común en la edad infantil, y se localiza en las epífisis (Figura 8).
Figura 8. Mostrar/ocultar
Los quistes óseos, aunque se consideran lesiones pseudotumorales, se pueden comportar como los tumores, aunque raramente muestran un aspecto agresivo. El quiste óseo esencial o unicameral se localiza en zonas diáfisometafisarias, en la porción central, e insufla la cortical adelgazándola. El quiste óseo aneurismático generalmente está peor definido; se localiza de forma más excéntrica, adelgaza la cortical y se expande hacia las partes blandas, pudiendo simular una lesión agresiva. Suele presentar tabiques internos.
El sarcoma de Ewing y el osteosarcoma, aunque son tumores de estirpe muy diferente, son los dos tumores malignos más comunes en la infancia y comparten rasgos radiológicos similares.
Presentan amplias zonas de destrucción ósea que pueden ser hiperdensas o líticas, con márgenes mal definidos, infiltración de la cortical, reacción perióstica interrumpida y masa de partes blandas.
El Sarcoma de Ewing predomina en zonas diafisarias de huesos largos o en cualquier tipo de huesos del tronco (vértebras, pelvis o cintura escapular), mientras que el osteosarcoma predomina en las metáfisis (Figura 9).
Figura 9. Mostrar/ocultar
Las lesiones más comunes son los islotes óseos o endosteomas. Corresponden a focos de hueso hiperdenso, aislados y sin significado patológico, salvo los localizados en área craneal, que pueden estar asociados a enfermedad de Gardner.
El osteoma osteoide corresponde a una tumoración ósea benigna de origen osteogénico, caracterizada por formar una lesión pequeña denominada nidus, hipodensa en su aspecto radiológico, rodeada de una zona de reacción esclerosa del hueso vecino. Esta lesión, propia de adolescentes y adultos jóvenes, clínicamente se manifiesta con dolor óseo de predominio nocturno, que mejora con salicilatos o antiinflamatorios no esteroideos. Al ser un tumor de pequeño tamaño y crecimiento muy lento, puede pasar inadvertido durante años. Debe pensarse en él cuando el paciente refiera dicha sintomatología durante mucho tiempo y no se objetiven alteraciones radiológicas. Cuando se localiza en la columna, puede generar incurvación dolorosa del raquis, a diferencia de las escoliosis idiopáticas, que son asintomáticas.
Las técnicas de imagen recomendadas para su diagnóstico son: la gammagrafía (apreciándose un foco de gran captación), la tomografía computarizada (detectar el nidus con esclerosis reactiva en la vecindad) o la resonancia magnética (permite objetivar edema en el hueso y la posible apreciación del nidus) (Figura 10).
Figura 10. Mostrar/ocultar
Caracterizar clínicamente una masa de partes blandas es difícil. Es importante conocer que cualquier nódulo o "bulto" de consistencia fibrosa o dura que crezca de tamaño, muestre signos de vascularización superficial o supere los 4 cm, debe ser estudiado en profundidad en un servicio de referencia especializado en sarcomas.
Mediante la exploración física pueden sospecharse algunas lesiones:
Radiológicamente, solo las lesiones que contienen calcio (hemangiomas, miositis osificante o hematomas crónicos) o grasa (lipomas grandes) pueden identificarse con una radiografía simple. El resto, requiere la práctica de ecografía o resonancia magnética para intentar determinar su naturaleza (Figura 11).
Figura 11. Mostrar/ocultar