Artículo cedido y publicado en el apartado sobre Violencia en la Infancia y la Adolescencia de la página web del Ministerio de Sanidad.
El abuso sexual infantil existe, con diferentes prevalencias, en la mayoría de las comunidades1,2 y no está limitado, en exclusiva, al contexto familiar.3 Es reconocido como un vasto problema de salud pública mundial con amplios efectos negativos para las víctimas, sus familias y la sociedad en su conjunto3,4.
No existe una definición única y consensuada de lo que constituye abuso sexual infantil. Un recorrido por la literatura científica muestra definiciones más o menos abarcadoras, es decir, aquellas que se encuentran en documentos pensados y elaborados específicamente para la intervención, en suma, aquellos documentos que contienen toda la información necesaria para que no surjan dudas al establecer qué es o no es un determinado fenómeno sobre el cual se desea intervenir.5 Un buen ejemplo es la que se usa en el ámbito federal en EE. UU., establecida por la Reauthorization Act of 2010 (P.L. 111-320) (U. S. Department of Health and Human Services, 2010) (CAPTA)6, en la que se considera abuso sexual infantil a la utilización, la persuasión, la inducción, la seducción o la coerción de un niño o niña para realizar (o participar de) –incluida la ayuda a otra persona para el mismo fin– cualquier tipo de conducta sexual explícita, o la simulación de dicha conducta con el fin de producir una representación visual de esta, o bien la violación, el tocamiento, la prostitución o cualquier otra forma de explotación sexual de un niño o niña, o el incesto, entendiendo por el mismo el abuso sexual cometido dentro del ámbito familiar por una persona que ocupa un rol parental.
Para la International Society for the Prevention of Child Abuse and Neglect7 es la actividad sexual que el niño no comprende completamente, es incapaz de dar su consentimiento informado, o no tiene un desarrollo adecuado para ella. Además, la relación entre el perpetrador y la víctima se define por la responsabilidad, la confianza o abuso de poder sobre el niño.
Berliner y Elliott (2002)8 consideran que el abuso sexual incluye cualquier actividad con un niño o niña en la cual no hay consentimiento o este no puede ser otorgado. Incluye el contacto sexual que se consigue por la fuerza o por amenaza de uso de esta, independientemente de la edad de los participantes, y todos los contactos sexuales entre un adulto y un niño o niña, independientemente de si el niño o niña ha sido engañado o de si entiende la naturaleza sexual de la actividad. El contacto sexual entre un niño más grande y otro más pequeño también puede ser abusivo si existe una disparidad significativa de edad, desarrollo o tamaño corporal, haciendo que el niño menor sea incapaz de dar un consentimiento informado.
El National Child Traumatic Stress Network (www.nctsn.org)9 define el abuso sexual infantil como “cualquier interacción entre un niño y un adulto (u otro niño) en que el niño es utilizado para la estimulación sexual del perpetrador o de un observador”. El abuso sexual puede implicar el contacto físico, así como comportamientos que no lo exigen, incluyendo voyerismo, exhibicionismo o exponer al niño a pornografía. Es importante reconocer que no todos los niños sufren coacción física, sino que los delincuentes pueden usar una variedad de tácticas coercitivas, manipuladoras y engañosas para involucrar a los niños en actividades sexuales y reducir la probabilidad de revelación10.
Ochotorena y Arruabarrena (1996)11 plantean que hay tres tipos de asimetría presentes en todo acto sexualmente abusivo:
Siempre se trata de una relación asimétrica y la existencia de asimetrías en una relación es diametralmente opuesta a la noción misma de consentimiento: ¿existe la posibilidad de consentir algo que no se entiende, cuando quien impone la conducta lo hace basándose en el ejercicio de al menos una forma de poder?11.
Otro elemento que hay que destacar de la definición de Berliner y Elliott es la dinámica de la conducta como un indicador de mayor precisión de abuso sexual que la diferencia de edad entre víctima y ofensor. Esto permite una comprensión de índole más cualitativa de la interacción, a la vez que incluye todos aquellos casos en los que el abuso es cometido por un menor de edad y no por un adulto, o los casos en los que la diferencia de edad es mínima, pero otras diferencias marcan de modo contundente la relación de asimetría (por ejemplo, que un niño de 11 años abuse de otro de su misma edad que tiene una discapacidad mental o física)12.
La historia de la infancia está llena de atrocidades en lo relativo al abuso sexual infantil. Aunque De Mause13 sostiene que era más frecuente en otros tiempos que en la actualidad, el abuso sexual infantil ha existido siempre a lo largo de los siglos. En Grecia y Roma, los jóvenes eran utilizados como objetos sexuales por hombres mayores; incluso podían ser alquilados para llevar adelante prácticas sexuales. Era común la castración de los niños para llevarlos a burdeles. Si bien la mayoría de los documentos consultados por De Mause sugieren que los abusos sexuales se daban con mayores de 11 o 12 años, el autor considera altamente probable que niños menores de esa edad también fueran objeto de la manipulación sexual por parte de maestros y pedagogos. En la antigua Roma, la práctica sexual preferida con los niños era el sexo anal; circulaba la idea de que el sexo con niños castrados era particularmente excitante (estos niños eran castrados desde la cuna); esa costumbre se prolongó hasta la prohibición del emperador Domiciano.
Estas prácticas también eran comunes entre los judíos, quienes consideraban que la cópula con niños menores de 9 años no era un acto sexual, y solo castigaban con pena de lapidación la sodomía con niños mayores de esa edad.
Con el cristianismo comenzó a aparecer un concepto diferente del niño, considerado como un ser puro e inocente.
En el Renacimiento y el siglo XVII, si bien se empezó a reprobar moralmente el contacto sexual de adultos con niños, aún se consideraba que detener tales contactos sexuales era obligación del niño.
Ya en los siglos XVII y XVIII comenzaron a surgir ciertas consideraciones sobre algunas formas de violencia hacia los niños, en especial física y sexual, aunque la reducción más importante de estas prácticas se produce en el siglo XX.
A principios de los años noventa del pasado siglo, Erna Olafson, David Corwin y Roland Summit14 publicaron un artículo que estudiaba lo que ellos llamaron ciclos de descubrimiento o aparición, y de supresión o desaparición del tema del abuso sexual infantil en la sociedad occidental, haciendo hincapié especialmente en los siglos XIX y XX. Estos ciclos marcaron no solo la concienciación social y académica sobre la problemática, sino el tipo de respuesta que se le daba. Estos autores demuestran que el recorte cronológico que se puede hacer para historiar el problema termina resultando en cierto modo arbitrario, ya que también hay evidencias claras del tratamiento que tanto la sociedad como las academias europeas le daban a la temática antes de tales siglos. Por ejemplo, refieren que, en el siglo XVIII, en la ciudad de Londres, era una creencia popular que tener sexo con menores de edad curaba las enfermedades venéreas. Siglos más tarde este fue el argumento esgrimido por pedófilos que hacían turismo sexual infantil al sudeste asiático: argumentaban que curaba el sida15.
A lo largo del siglo XX, aunque se produjeron avances, las dificultades para la adecuada visibilización, concienciación y tratamiento del problema del abuso sexual de niños, niñas y adolescentes continuaron presentes. Destaca durante el anterior siglo que los autores de un informe de tanto peso en la sexualidad como lo fue el informe Kinsey16,17 y pese a los datos estadísticos que hablaban de que hasta una cuarta parte de las mujeres eran abusadas sexualmente durante la infancia, en varias publicaciones posteriores a las conocidas como el informe, los autores mantenían una actitud condescendiente con estos hechos.
Las investigaciones que recogen los efectos nocivos de la exposición a la violencia en la infancia, y al abuso sexual infantil en particular, siguieron desarrollándose desde fines del siglo XX y en lo que va del siglo en curso.
Por otro lado, las implicaciones de instituciones relevantes han producido el desarrollo de investigaciones que examinan el papel de estas en el abuso sexual infantil y los trastornos psicológicos que se derivan de estas experiencias18. Se han multiplicado las publicaciones de informes de como ocurren sucesos de abuso infantil en el contexto de escuelas, iglesias, actividades deportivas y otras instituciones19.
En este ámbito, la Iglesia Católica ha comenzado a reconocer que miembros de la institución cometieron abusos sexuales contra niños y niñas puestos bajo su tutela en instituciones religiosas educativas o de cuidados. Todos estos acontecimientos aflorados han contribuido a traer al primer plano de la opinión publicada y pública el abuso sexual infantil, y quizás a sensibilizar a la sociedad sobre el tema12.
También es un problema presente en algunas comunidades judías ortodoxas en las que se han tomado medidas de diversos tipos para prevenir, notificar y perseguir a los perpetradores20.
Los datos disponibles indican que las niñas y los adolescentes están más expuestos al abuso9.
En una revisión de la literatura científica que abarcó 22 países se encontró que el 7,9% de los hombres (7,4% sin valores atípicos) y el 19,7% de las mujeres (19,2% sin valores atípicos) habían sufrido algún tipo de abuso sexual antes de los 18 años4 (Tablas 1 y 2, Figuras 1-4).
Tabla 1. Notificaciones al sistema RUMI21. Mostrar/ocultar
Tabla 2. Tipos de maltrato por edad de la víctima (en porcentajes) (0-17 años)22. Mostrar/ocultar
Figura 1. Porcentajes de tipo de maltrato infantil (RUMI)21. Mostrar/ocultar
Figura 2. Tipos de maltrato por sexo. Notificaciones RUMI21. Mostrar/ocultar
Figura 3. Tipos de maltrato por gravedad. Notificaciones RUMI21. Mostrar/ocultar
Figura 4. Tipos de maltrato por sexo de la víctima22. Mostrar/ocultar
En un estudio, con garantía de anonimato, realizado en Granada, de 2159 estudiantes universitarios, el 12,5% informaron haber experimentado algún tipo de abuso sexual antes de los 18 años (13,2% de mujeres y 8,4% de hombres)23.
A nivel internacional los datos se reflejan en Tablas 3 y 424.
Tabla 3. Overall maltreatment types24. Mostrar/ocultar
Tabla 4. Lifetime exposure to severe maltreatment24. Mostrar/ocultar
La tasa de delitos sexuales registrados en todo el Reino Unido se ha duplicado desde 2005/2006, con el más alto número de delitos en la última década en el ejercicio 2015/2016.
Es de importancia destacar la problemática desarrollada a partir de los nuevos medios de comunicación; en el último informe Bentley de 2018 se puede leer “para los niños sujetos a abusos facilitados por la tecnología, los impactos pueden cambiar su vida, lo que hace que la renuencia de la industria a abordar el abuso en línea sea aún más perturbadora”24. En fin, es un problema emergente al que hay que dar soluciones pero que son difíciles de arbitrar por los intereses encontrados y la necesaria conciliación del respeto de la libertad con la prevención de estos actos que tantos problemas causan a corto, medio y largo plazo en la vida de las personas.
Por otro lado, datos de la National Survey of Children’s Exposure to Violence (NatSCEV)25, a partir de una muestra nacional norteamericana representativa, de 4000 niños de 0 a 17 años, indican que el 2,0% de las niñas experimentó acoso sexual o abuso sexual. En el año de estudio (2013-2014), el 4,6% de las niñas de 14 a 17 años habían sufrido abuso sexual dentro del periodo de un año26,27. Los jóvenes suelen estar expuestos a múltiples tipos de eventos, con tasas de prevalencia que oscilan entre el 20% y 48%28. Los datos disponibles indican que ciertos factores, como el sexo y la edad, confieren un mayor riesgo de victimización sexual. Por ejemplo, los datos de la NatSCEV indicaron que las niñas tenían 1,5 veces más probabilidades que los niños de padecer al menos un episodio de victimización sexual en el último año. Los adolescentes están en niveles más altos de riesgo comparados con los niños más pequeños26. Por ejemplo, en la Encuesta Nacional de Adolescentes (NSA)29,30 y NSA-Replication31,32 (NSA-R), el 8% de los adolescentes informó al menos una victimización sexual en su vida, con una tasa significativamente mayor para las chicas que los chicos (el 13 frente al 3%, respectivamente). Tomados en conjunto, los datos disponibles indican que las niñas tienen un riesgo 3 a 4 veces mayor de victimización sexual que los chicos.
Otro tema importante, particularmente para las adolescentes, es el alcohol y el abuso sexual: McCauley et al.33 encontraron que el 2% de las niñas entrevistadas habían sido sexualmente agredidas mientras estaban incapacitadas por los efectos de las drogas o el alcohol.
Las epidemiologías actuales probablemente subestimen la incidencia real y la prevalencia del abuso sexual infantil9.
Desde el punto de vista clínico hay dos tipos diferentes de abuso:
El abuso de contacto implica el contacto físico con un niño. Incluye:
El abuso sin contacto implica actividades sin contacto físico. Incluye:
El abuso sexual infantil representa un riesgo significativo para los niños, tanto en términos de morbilidad aguda como de mayor probabilidad de más problemas de salud física y mental a largo plazo34,35. Como consecuencia, el abuso sexual infantil representa un importante y costoso problema desde el punto de vista de la salud pública36. Pero el impacto potencial a largo plazo del abuso sexual infantil es muy variable. No todos los niños que experimentan abuso sexual desarrollan secuelas a largo plazo, porque existen ciertos factores protectores (por ejemplo, estrategias de afrontamiento, situación estable de vida, apoyo social, apoyo a los cuidadores)37,38.
La intensidad de los síntomas experimentados por las víctimas de abuso sexual infantil depende de factores como la penetración, la duración y frecuencia del abuso, el uso de la fuerza, la relación del perpetrador con el niño y el apoyo materno39.
Tabla 5. Manifestaciones del abuso sexual infantil22. Mostrar/ocultar
Dos tercios de las víctimas pueden recuperarse durante los primeros 12 a 18 meses. Pero también los efectos secundarios pueden afectar significativamente a los jóvenes40 y a los adultos41. La polivictimización (es decir, la exposición a múltiples eventos traumáticos) es un hecho que multiplica las probabilidades de problemas a corto y largo plazo39.
Respecto a los efectos a largo plazo del abuso sexual infantil, aparte del síndrome postraumático crónico, los diagnósticos y síntomas clínicos más frecuentes están relacionados con el sentido del yo, el funcionamiento interpersonal, las distorsiones cognitivas (impotencia, desesperanza, falta de confianza en sí mismo, baja autoestima, sentimiento de culpabilidad), angustia emocional (depresión, ansiedad, ira) y conductas evitadoras (disociación, abuso de sustancias, ideación suicida e intentos autolíticos)42.
The Adverse Child Experiences (ACEs) Study43, un estudio prospectivo en curso en el que participan más de 17 000 personas y examina la relación entre las ACE (por ejemplo, abuso, negligencia y disfunción del hogar), con la salud física y la causa de muerte está demostrando una asociación entre ACE y calidad de vida relacionada con la salud; un mayor número de ACE se correlaciona con malos resultados en salud (alcoholismo, enfermedad obstructiva crónica, depresión, muerte fetal, cardiopatía isquémica, enfermedad hepática, y enfermedades de transmisión sexual). Ha habido vínculos que asocian las ACE con comportamientos inadecuados desde el punto de vista de la salud como, consumo de drogas ilícitas, tabaquismo, múltiples parejas sexuales, violencia de género y embarazo no deseado.
El concepto de revictimización sexual en la edad adulta es una consecuencia bien descrita de los abusos sexuales en la infancia, sobremanera cuando se asocian a factores potenciadores, como comportamientos de alto riesgo del tipo del abuso de sustancias tóxicas y comportamientos sexuales de riesgo.
Los médicos de Atención Primaria deben ser conscientes de ello para hacer un seguimiento durante toda la vida del paciente.44
Los niños que son abusados sexualmente:
Síntomas físicos:
El uso de herramientas de cribado validadas y de un examen clínico específico en Atención Primaria podría ayudar a identificar a los niños que pueden beneficiarse de una evaluación, pero el Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de los Estados Unidos de Norteamérica (The US Preventive Services Task Force)45 ha determinado que la evidencia actual es insuficiente para recomendar intervenciones preventivas específicas en Atención Primaria.
Independientemente de que se utilice o no el cribado universal, es importante que los profesionales sean conscientes de los posibles signos o síntomas de abuso sexual46.
Como el abuso sexual infantil va acompañado a menudo por el secreto, así como atribuciones negativas, tales como la vergüenza, y el sentimiento de culpa, las medidas de autoinforme desarrolladas a través de diversos test como: Trauma Screen, desarrollado por el Harborview Center for Sexual Assault o el Trauma Events Screening Inventory for Children47,48 pueden no ser eficaces para la detección. Por ello, si hay otros factores de riesgo (por ejemplo, la negativa del cuidador a dejar al niño a solas con el profesional o el miedo del niño a desnudarse frente al mismo) o signos manifiestos de abuso, se debe considerar la anamnesis directa (y, si es posible, privada) del niño. Según los resultados puede ser aconsejable la remisión a un profesional con experiencia en la realización de evaluaciones forenses para la determinación objetiva de la probabilidad de abuso.
Según Saunders y Adams49, los métodos mejores y más válidos para una historia de victimización sexual son:
Sin embargo, este tipo de anamnesis puede ser poco práctica en un entorno de Atención Primaria. Por lo tanto, el uso de preguntas cerradas, como las recomendadas por Cohen et al.50 pueden orientar sobre aquellos niños que puedan necesitar una revisión o evaluación adicional.
Aunque no existen protocolos específicos sobre las intervenciones farmacológicas para las víctimas de abuso sexual infantil, se han hecho recomendaciones para los niños y niñas con TEPT 51.
En ausencia de contraindicaciones, la Trauma-Focused Cognitive Behavioral Therapy (TF-CBT) (terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma) es la primera línea de tratamiento de las víctimas de abuso sexual. Los medicamentos pueden ser considerados en casos refractarios o con diagnósticos psiquiátricos comórbidos, siendo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) la primera línea.
Dada la escasez de datos en la población pediátrica, el uso de medicamentos para tratar los síntomas relacionados con el TEPT está reservado para los pacientes refractarios, y aquellos casos y pacientes con diagnósticos comórbidos para los cuales el manejo farmacológico sea necesario porque la evidencia disponible para su abordaje solo con psicoterapia no sea adecuada. Pero los medicamentos deben servir como un elemento de un plan de tratamiento integral, como un complemento de la psicoterapia.
Debido a su papel prioritario y fundamental en la prevención en la atención de la salud infantil, los profesionales de Atención Primaria deben ser conocedores de sus responsabilidades obligatorias para notificar la sospecha de abuso9.
Deben ser incorporadas a la práctica clínica, como medidas preventivas, orientaciones anticipatorias dirigidas a la formación de los adolescentes, bien durante la visita con motivo del Programa de Salud infantil (PSI) como con motivo de cualquier otra visita donde el profesional considere que debe hacer la intervención educadora. La American Academy of Pediatrics (AAP)51 recomienda que los niños pequeños sean educados acerca de sus “partes privadas”. La instrucción sobre lo que es el comportamiento sexual normal debe comenzar en la etapa preescolar. La discusión con el menor del contacto aceptable y no aceptable puede ser útil incorporarlo en la prevención.
Los padres deben ser alentados a educar a sus hijos en este ámbito, como en otros de la vida.
Las visitas de los adolescentes deben servir para evaluar la actividad sexual, así como cualquier preocupación por abuso o acoso sexual. La historia clínica debería incluir las edades de las parejas sexuales, por si procede notificar por causa de la diferencia de edad52. Los cuidadores deben ser conscientes de que la mayoría de los casos de abuso sexual son perpetrados por alguien conocido por el niño; por lo tanto, el principio de la precaución debe ser siempre utilizado cuando se deja a un niño solo al cuidado de otra persona. Como los perpetradores a menudo mantienen posiciones de influencia (es decir, maestros, familiares, entrenadores), las víctimas pueden culparse a sí mismas o pueden desarrollar una visión distorsionada de la autoridad. Se debe enseñar a los niños a entender la diferencia entre ser respetuosos con los adultos y ser indiferentes o consentir cualquier conducta que los haga sentir incómodos. Un ejemplo de cómo compartir esta información con los niños es “Si alguien te hace algo o te hace hacer algo que no parece correcto, debes decir ‘no’ y decírmelo, no importa quién sea esa persona”. Si se revela el abuso, se debe dar una respuesta, considerando que será percibida por el niño y que puede tener un impacto duradero, por ello se debe proyectar una actitud calmada y protectora, sin un extenso y repetitivo interrogatorio, tranquilizando a la víctima y haciéndole ver que lo ocurrido no es por su culpa. Esto tiene suma importancia53,54.
El abuso sexual infantil es un tema sensible en el enfoque y, posteriormente, desafiante en el abordaje. Los profesionales de Atención Primaria, si son abiertos y sin prejuicios, pueden proporcionar orientación a las familias para prevenir el abuso, identificar a las víctimas y así mejorar los resultados en todos los ámbitos.
Sospeche el maltrato infantil y, en particular, el abuso sexual, si un niño preadolescente muestra, o se informa de que muestra, preocupación o comportamientos sexualizados repetidos o coercitivos (por ejemplo, conversación sexual asociada con el conocimiento, dibujo de órganos genitales, emulación de actividades sexuales con otro niño).
Sospeche el maltrato infantil, y en particular el abuso sexual, pasado o presente, si el comportamiento sexual de un niño o adolescente es indiscriminado, precoz o coercitivo.
Sospeche el abuso sexual si un niño preadolescente muestra, o se informa de que muestra, comportamientos sexualizados poco comunes. Algunos ejemplos incluyen:
Considere el maltrato infantil, pasado o actual, en particular el abuso sexual, físico o emocional, si un niño o adolescente es autonocivo. Los daños autoinfligidos incluyen los cortes, los arañazos, los pinchazos, los mordiscos o los rasguños en la piel con el fin de producir una lesión, los tirones del pelo o de las pestañas y la ingesta deliberada de fármacos, con o sin receta, en cantidades superiores a las dosis terapéuticas.