La obesidad infantil, en un momento en que el 45,2% de los menores españoles tiene sobrepeso u obesidad1, es motivo de preocupación creciente entre el conjunto de profesionales sanitarios que atienden a la infancia. Hacer frente a este problema desde el espacio clínico implica reflexionar sobre las diferentes estrategias que pueden ser más efectivas de cara a su control.
El modelo médico tradicional aplica por lo general una fórmula básica bastante sencilla que la mayoría de los profesionales conoce y maneja de forma casi automática: tras obtener una serie de datos mediante la anamnesis y la exploración, precisándose o no algunas pruebas complementarias, se llega a un diagnóstico que se sigue de unas recomendaciones, que habitualmente se emiten en forma de prescripción. Lo más habitual es que se trate de algún fármaco, acompañado o no de algunas recomendaciones sobre la dieta y el régimen de vida.
Sin embargo, en el manejo de las enfermedades actuales relacionadas con los estilos de vida (hábitos alimentarios, sedentarismo, consumo de tabaco o alcohol y otras adicciones) este modelo de abordaje es poco efectivo y produce, por ello, frustración tanto entre los pacientes como en los profesionales.
Los enfoques clínicos que se centran más en la escucha reflexiva y en el apoyo, como la EM, pueden mejorar la implicación de los pacientes y la respuesta al tratamiento.
Los modelos de tratamiento basado en la EM nacieron de la necesidad de encontrar herramientas adecuadas para el manejo de pacientes afectos de adicciones, a quienes era necesario fortalecer para que pudieran llegar a ser protagonistas de cambios sostenidos en sus estilos de vida y reforzar sus estrategias de afrontamiento. También se han aplicado para la prevención de conductas de riesgo, en el tratamiento de la diabetes y de otras enfermedades crónicas y, cada vez más, para el manejo de la obesidad2.
Para lograr una relación terapéutica más eficaz es aconsejable que esté centrada en el paciente, construyendo una atmósfera segura y de apoyo que le permita encontrar sus propias soluciones. Las claves están en la empatía, la calidez y la autenticidad3.
Los estadíos del cambio explican por qué en ciertos momentos es más probable que una persona abandone un hábito y cuáles son las señales de que se encuentra preparada. La clave está en la motivación y, por ello, la tarea principal del terapeuta es ayudar al paciente a encontrar sus propios motivos y razones, a seguirlos, a superar la ambigüedad, identificando y sorteando los obstáculos4.
El comportamiento es el resultado de ideas y sentimientos. Por eso, para cambiar las conductas es necesario abordar tanto las ideas como las emociones.
Se trata de identificar lo que mantiene las conductas, incluyendo la ambivalencia (“quiero pero no quiero”), y esto se logra mejor aceptando los puntos de vista del paciente y evitando la confrontación.
La EM es un enfoque centrado en el cliente, que pretende la toma de decisiones de forma colaborativa, proporciona feedback sin enjuiciar, acepta la resistencia al cambio por parte del paciente y le anima a desarrollar sus propios motivos para el cambio de conducta de salud5,6.
La relación terapéutica debe ser basada en la aceptación incondicional de la persona y desarrollarse en un clima de empatía y escucha activa como ingredientes esenciales para favorecer que el paciente descubra sus propias motivaciones, y se oiga a sí mismo decirlas y de ese modo se convierta en protagonista y autor de sus decisiones.
Tabla 1. Mostrar/ocultar
Tabla 2. Mostrar/ocultar
La motivación puede ser definida como la probabilidad de que una persona inicie, continúe y se comprometa con una estrategia específica para cambiar5,6.
La motivación depende del contexto. Una persona puede “estar motivada” o no, pero también puede “ser motivada”. Lograrlo es una parte importante de la tarea del terapeuta. Para ello hay que desarrollar estrategias específicas que desencadenen en el paciente afirmaciones automotivadoras. Cuando la persona se oye decir a sí misma que es capaz, que quiere cambiar de hábitos, se encuentra mucho más cerca del cambio real.
Esta palabra incluye cualidades variadas como calidez, respeto, apoyo, cuidado, comprensión, preocupación, compromiso e interés activo. No se trata solo de identificarse con las experiencias del otro, sino también de realizar un esfuerzo para comprender lo que significan para el otro mediante la escucha activa. Es necesario poner atención e ir elaborando hipótesis que han de devolverse al paciente o su familia.
Se trata de indagar en el significado que para el paciente tiene su conducta, sus expectativas y temores en un contexto más amplio. Le permiten analizar su situación y elaborar frases que fomenten la automotivación adoptando un rol activo. Por el contrario, las preguntas que pueden responderse con pocas palabras mantienen el modelo de “experto activo-paciente pasivo”.
No quiere decir escuchar en silencio reflexionando o haciendo hipótesis para uno mismo, sino que tras cada respuesta del paciente se le devuelve una reflexión o un resumen, para comprobar si es eso lo que quiere decir, buscando el significado detrás de las palabras del paciente, construyendo hipótesis en lugar de asumir. Esa devolución en forma de pregunta evita resistencias y construye un entorno de aceptación, sin enjuiciamiento, y además abre perspectivas. La reflexión se usa para reforzar algunos aspectos de lo que la persona ha dicho o para alterar su significado levemente. Incluye un amplio conjunto de técnicas.
Es decir, mostrar las contradicciones entre los deseos y valores y su conducta para que el paciente perciba claramente la diferencia entre su postura o sus conductas frente a las que les gustaría tener. Por eso es importante favorecer que tome conciencia de las posibles consecuencias para la salud de la conducta actual. Debe ser el paciente quien exprese sus propias razones para cambiar. Las discusiones y sermoneos son contraproducentes y solo contribuyen a que el paciente se refuerce más para no cambiar. Si el paciente se escucha a sí mismo dando argumentos en contra del cambio, todo el proceso está en peligro.
La motivación se produce cuando la persona percibe una discrepancia entre el momento en que se encuentra y el lugar a donde quiere llegar. Puede ser facilitado al compartir el resultado de pruebas, pero permitiendo que el paciente pueda formarse sus propias conclusiones y dejando clara la libertad para elegir. Hay varias herramientas para ello. Una de las más utilizadas es la “hoja de balance”, donde el paciente anota las ventajas e inconvenientes tanto de la conducta a cambiar como de su alternativa. El terapeuta debe estar atento a la comunicación no verbal y al contenido emocional del discurso del paciente. Devolver al paciente sus propias afirmaciones automotivadoras es también una poderosa herramienta para el feedback.
Se han realizado experiencias aplicando la EM a muy diversas situaciones clínicas (tabla 3). Un metaanálisis7 muestra que es más eficaz que los enfoques tradicionales (tabla 4).
Tabla 3. Mostrar/ocultar
Tabla 4. Mostrar/ocultar
También sabemos que es posible aplicar técnicas de EM en consultas de corta duración (15 minutos) con buenos resultados hasta en un 64% de los casos7. La clave está en la adherencia a las técnicas, y mejora aún más cuando los profesionales realizan formación y entrenamiento específicos (cursos breves, rol playing)8. Pollak et al.9 realizan un estudio observacional sobre médicos y pediatras que entrevistaban a adolescentes con obesidad. Aunque ninguno de los profesionales tenía formación específica en EM, aquellos que aplicaron herramientas comunicacionales propias de la EM (empatía, poner el foco en el paciente, preguntas abiertas, reflexiones simples y complejas…) lograron que sus pacientes incrementasen su actividad física, disminuyeran el tiempo de pantalla y lograsen mayor pérdida de peso.
Estas son algunas claves10:
Habitualmente, las técnicas de consejo se limitan a hacer recomendaciones y observaciones concretas sobre conductas determinadas; sin embargo, es fácil que choquen con factores emocionales, creencias o expectativas de los pacientes. La principal barrera emocional es la ambivalencia que se siente ante una conducta hacia la que se ha creado cierto grado de adherencia o adicción, pero que a la vez se desea abandonar por sus consecuencias. Dentro de esos mismos polos también puede existir ambivalencia.
La EM es una forma de terapia que se basa en la conversación y el lenguaje. Puede ser aprendida por quien desee ayudar a otras personas a encontrar nuevas maneras de cambiar aspectos de su comportamiento11. No se aprende rápida ni fácilmente, porque supone un cambio radical de la práctica en las consultas médicas habituales. Sin embargo, una vez aprendida, se muestra de gran utilidad en el manejo de las enfermedades crónicas, las adicciones, los cambios de hábitos, etc. Además, el estilo comunicacional y las habilidades específicas de la EM son de utilidad en muchas situaciones cotidianas de la clínica (manejo de resistencias en general, de situaciones conflictivas, adherencia al tratamiento…). Vale la pena entrenarse y aprovechar esta interesante herramienta de trabajo.