“Para dialogar, preguntad primero: después... escuchad.”
(Antonio Machado)
En los últimos años, el perfil del adolescente ha cambiado bastante, reflejo de la sociedad en la que está inmerso. Los jóvenes de hoy en día se ven obligados a vivir en el domicilio familiar hasta edades avanzadas por su dependencia económica. Se hacen, a edades cada vez más tempranas, consumidores de moda y tecnología, y practican nuevas formas de ocio y entretenimiento (consumo masivo de alcohol, Internet, sexualidad precoz y abuso de drogas). Asimismo, la estructura de los hogares se ha modificado: se ha reducido el tamaño de las familias, los padres son más permisivos y han proliferado nuevos modelos familiares.
La atención sanitaria debe adaptarse a estos cambios sociales y a los propios de la adolescencia. En este artículo se abordan los principales conocimientos y habilidades que, junto con la experiencia, debe reunir el profesional encargado de la atención sanitaria del adolescente.
La adolescencia es una etapa de la vida difícil de definir en términos cronológicos, porque sabemos cuándo empieza, con los cambios fisiológicos de la pubertad, pero no cuándo termina. La Organización Mundial de la Salud (OMS) propone como límite final los 20 años, pero de forma convencional1. En nuestra sociedad, muchos jóvenes se ven obligados a seguir siendo socialmente adolescentes hasta edades muy avanzadas. Su dependencia económica les impide adquirir verdaderas responsabilidades sociales, laborales y familiares, propias de los adultos2.
La adolescencia constituye una etapa evolutiva de gran importancia, en la que se producen cambios rápidos e importantes3. De todos ellos, son especialmente destacables los siguientes:
Es el área más conocida por el profesional sanitario. Abarca aproximadamente desde los 10-11 años hasta los 14. Afecta sobre todo a la sexualidad (cambios hormonales, comienzo del ciclo menstrual, capacidad de eyacular en el varón, la atracción, el deseo sexual, el enamoramiento, etc.) y a la figura corporal (adaptación a los cambios físicos). A estas edades, todos estos cambios se viven en ocasiones con cierta angustia, debido a la intensidad de los mismos, a los diferentes ritmos de maduración de unos a otros y a la influencia de modelos sociales que son valorados positivamente por la sociedad y que tienden a imitar.
Acompañan a los cambios físicos que ocurren en la pubertad. Determinan la personalidad adulta, y se denominan adolescencia. Este periodo es más largo que el de los cambios físicos. Su finalidad es alcanzar una identidad propia e independencia, con capacidad para tomar decisiones por uno mismo y para mantener relaciones interpersonales. Entre la multitud de estímulos internos y externos, el adolescente en ocasiones se siente perdido cuando tiene que optar entre varias o nuevas alternativas, por lo que necesitan ayuda del adulto. Pero muy a menudo sus demandas de ayuda vienen enmascaradas por conductas de indiferencia, rechazo o agresividad que despiertan en su entorno respuestas también hostiles. Esta dificultad de comunicación también puede comprometer la atención médica de los adolescentes.
Suelen ser los más lentos y difíciles. La adolescencia temprana es una etapa de alta impulsividad, con sentimientos intensos y cambios de humor. En la etapa intermedia se sienten invulnerables e inmortales, asumiendo conductas de riesgo como la violencia física, el suicidio, el consumo de sustancias psicoactivas, las infecciones de trasmisión sexual, los problemas escolares, los trastornos de la conducta alimentaria y el embarazo precoz. En la última etapa, ya con algo más de experiencia, adquieren responsabilidades de adulto y se ven más vulnerables ante situaciones de riesgo.
Se precisa una redefinición de roles. Para el adolescente, pertenecer a un grupo es muy importante, se alejan progresivamente de la familia y buscan mayor apoyo en los amigos. En asociación adquieren un incremento cuantitativo del poder, pueden realizar cosas que serían imposibles solos: hablar, jugar, divertirse. Pero con frecuencia los grupos de adolescentes adoptan una actitud crítica frente a todo lo que supone autoridad (la familia, la escuela y la sociedad en general) y cometen transgresiones. Esta fase es necesaria para crecer en autonomía. Al final de la adolescencia van madurando, reduciendo su carácter egocéntrico y las relaciones con amigos y amigas comienzan a perder el carácter masivo de la etapa anterior. Las pandillas se disgregan para formar grupos más pequeños, con amistades íntimas e individualizadas, y se produce una reaceptación de los valores parentales.
Tienen la finalidad de definir un proyecto de vida. Para ello necesitan capacitación o adiestramiento, marcado por cambios escolares y presiones sobre su futuro laboral, que diferirán de unos a adolescentes a otros (no son iguales el adolescente que decide estudiar y el que no). En ocasiones cuesta decidirse porque su opción tiene consecuencias importantes (“qué voy a estudiar” o “qué voy hacer”). La entrada en la universidad o encontrar un empleo suele ser un paso para reafirmar su independencia.
La adolescencia es por tanto un periodo de alto riesgo por la multiplicidad y complejidad de los cambios. Al igual que los padres y la sociedad deben adaptarse al desarrollo de los adolescentes, los médicos deben cambiar su forma de trabajo a lo largo de la evolución del joven y valorar cuándo está preparado para el autocuidado de su salud.
En España hay unos cinco millones de adolescentes que precisan atención sanitaria4. De ellos, la mitad han acudido al médico alguna vez en el último semestre, la mayoría para la atención de procesos aislados, prestándose poca atención a las causas psicosociales y a los estilos de vida nocivos para la salud, que tendrán muchas veces consecuencia en su salud adulta5. En España la Medicina del Adolescente está poco desarrollada, lo que provoca que en muchas ocasiones su atención sea deficitaria6.
En Atención Primaria las consultas suelen estar masificadas y solo se puede dedicar un tiempo limitado a cada paciente. El médico de familia tiene a su cargo el cuidado del paciente de edad avanzada con múltiples patologías crónicas, y en la mayoría de las comunidades autónomas el pediatra solo atiende al paciente hasta los 14 años (la mayoría de los países europeos mantienen la atención pediátrica hasta los 18 años). Esto ocasiona una falta de conocimientos, habilidades y experiencia en el manejo asistencial y preventivo en esta etapa de la vida. Además, se añade la falta de coordinación de recursos sanitarios. Así, es fácil comprender que exista una gran barrera en la atención sanitaria del adolescente y que este se pierda en el sistema y no sepa dónde acudir.
El profesional encargado de la atención del adolescente debe estar capacitado para la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de los problemas médicos, psicológicos, emocionales y sociales que acontecen especialmente en este periodo de la vida7. Los conocimientos y habilidades que se deben reunir son:
La mejor herramienta para conseguir una atención integral del adolescente y que responda a sus necesidades es la entrevista clínica.
Durante la entrevista, los adolescentes generalmente son capaces de facilitar información acerca de su salud y su entorno más cercano. Sin embargo, existen ciertos temas tabú ante los que sienten cierta vergüenza y que requieren especial atención por su elevado impacto social, familiar y personal: salud sexual, salud mental y abuso de sustancias8.
Una barrera importante para la comunicación puede ser el miedo a que sus padres u otras personas puedan enterarse. Para conseguir una buena relación médico-adolescente, y poder abordar todo tipo de temas y realizar una correcta prevención y promoción de la salud, es muy importante asegurar la confidencialidad de la información que nos concede9. Los límites para la confidencialidad serían el peligro grave para su vida o para la de los demás.
Con frecuencia, los padres acompañan al adolescente a la consulta. Esto nos permite observar la relación padre-hijo en la consulta, cómo es la situación en casa, si existe buen ambiente, el grado de autonomía y capacidad de decisión del adolescente, etc. Pero en muchas ocasiones los padres siguen tomando la iniciativa impidiendo que el paciente dé su opinión y privándole de esa confidencialidad, básica para aumentar la confianza en su médico. La mejor opción es realizar una consulta mixta, es decir, parte de la misma en presencia de los padres y la otra parte a solas con el adolescente, permitiendo la detección de conductas de riesgo, siempre que el sanitario considere que se encuentra ante un adolescente “maduro”.
La entrevista clínica con los adolescentes es un “arte” complejo que solo se mejora con la práctica. No obstante, existen una serie de recomendaciones y habilidades que nos ayudarán a perfeccionarla10:
Es frecuente que nos encontremos ante situaciones especiales, más complejas, para las que proponemos diferentes soluciones3,8:
Los jóvenes no suelen acudir a la consulta del médico, ya que habitualmente están sanos y no suelen tener percepción del riesgo en sus conductas. Es por ello que ante cualquier consulta por parte del adolescente, además de solucionar su problema, se debe aprovechar para realizar la detección de factores de riesgo, y prevención y promoción de la salud11.
Cuando en la consulta a demanda se puede dedicar poco tiempo al adolescente, es conveniente derivarlo a la consulta programada. Las guías de práctica clínica de Atención Primaria, tanto nacionales como internacionales (American Academy of Pediatrics, American Academy of Family Phisicians12), recomiendan realizar revisiones a los adolescentes de forma periódica (anual o cada dos años).
La OMS, en su documento “Orientaciones estratégicas para mejorar la salud y el desarrollo de los niños y los adolescentes”, propone las actividades que se deben incluir en la prevención y promoción de la salud de los adolescentes13 (Tabla 1).
Tabla 1. Intervenciones relativas a la salud del adolescente desarrolladas por la Organización Mundial de la Salud. Mostrar/ocultar
Un cuestionario que puede servir como guión en la entrevista clínica, para recoger de forma sistemática toda la información necesaria, es el modelo de García Tornel que propone seguir el acrónimo FACTORES14 (Tabla 2).
Tabla 2. Cuestionario basado en el acrónimo FACTORES, para la atención sistemática del adolescente Mostrar/ocultar
Según el Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud (PAPPS)15,16, se debería incidir en los siguientes puntos:
Actualmente es en los institutos y colegios donde se realizan la mayor parte de los programas de educación para la salud, sobre todo en temas de prevención de drogodependencia y educación sexual. No obstante, la prevención y promoción de la salud del adolescente entra dentro de las competencias de los pediatras y médicos de familia y se debe aprovechar cualquier ocasión para insistir en estos temas.
En la adolescencia se producen los primeros contactos con el alcohol, el tabaco y otro tipo de drogas. Es alarmante cómo este contacto ocurre a edades tempranas: el consumo de alcohol y tabaco se inicia a partir de los 12-13 años, el cannabis a los 14 años aproximadamente, y el resto de drogas ilegales a partir de los 15 años17. Generalmente, el consumo de alcohol y drogas ilegales suele asociarse al ocio, sobre todo nocturno, siguiendo un patrón de consumo excesivo en una misma ocasión (patrón binge drinking), siendo también frecuente el policonsumo simultáneo de varias sustancias. Existen diferentes factores de riesgo asociados al consumo de alcohol, tabaco y drogas (Tabla 3). El factor que más influye es el consumo en los grupos iguales18.
Tabla 3. Factores de riesgo asociados al consumo de alcohol Mostrar/ocultar
La OMS recomienda la abstinencia completa de alcohol en menores de 18 años, debido a que un inicio precoz en el consumo de alcohol va a condicionar mayor posibilidad de dependencia y complicaciones neurológicas en un cerebro aun en desarrollo19, así como de otras complicaciones orgánicas que se manifiestan en la edad adulta20.
El grupo PrevInfad recomienda realizar prevención primaria del contacto con las drogas, información sobre los efectos nocivos, así como detección de consumo, de forma sistemática en las consultas al menos una vez al año21.
La atención en relación al consumo de drogas con los adolescentes debe incluir:
El embarazo no deseado (END), la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) y las ITS en adolescentes siguen siendo una asignatura pendiente en la salud pública de España, tanto por sus elevadas tasas como por las consecuencias que conllevan.
Según un estudio realizado recientemente, el 30,4% de los adolescentes entre los 13 y los 18 años han mantenido relaciones sexuales coitales, en mayor proporción los chicos. La edad de inicio de estas se sitúa entre los 15 y los 16 años. El 20,1% de los adolescentes ha tenido más de dos parejas sexuales en el último año. El 8,7% no utiliza ningún método de protección. El porcentaje de embarazos es del 3,6%, y el 20,9% ha utilizado la píldora anticonceptiva de emergencia. El 23,4% ha tomado alcohol y/o drogas durante las relaciones sexuales coitales18.
Numerosos metaanálisis apoyan la efectividad de los programas de prevención en la disminución de END, IVE e ITS. Por ello es importante realizar una correcta prevención y promoción de conductas sexuales seguras en Atención Primaria y en los centros escolares.
El PAPPS propone las siguientes actividades preventivas en el ámbito de la Atención Primaria22:
Los pediatras y médicos de familia que atienden adolescentes no pueden permanecer ajenos a los aspectos de salud mental que condicionan el estado de salud, bienestar y las conductas de riesgo. Se estima que la prevalencia de trastornos mentales en los jóvenes españoles está en torno al 10-20%23. Un trabajo realizado recientemente por nuestro grupo demuestra una frecuencia de estado de ánimo negativo del 14,9% entre los adolescentes de 13 a 18 años (especialmente en el sexo femenino)24. Estos factores se asocian a estados de ansiedad, depresión e incluso suicidio25.
El profesional debe sospechar y reconocer los problemas de salud mental. La valoración en la consulta, mediante una adecuada historia clínica en un ambiente de confianza y confidencialidad, puede ser útil para la detección de adolescentes en riesgo, o que presenten problemas de salud mental, con el fin de dirigirlos a programas preventivos específicos o servicios especializados.
Existen trastornos específicos y muy variados, y suelen ser la causa de que el adolescente acuda a las consultas. Entre las patologías agudas más frecuentes en esta etapa, destacan los procesos agudos otorrinolaringológicos, problemas de la piel, traumatismos, alergias y gastroenteritis11.
Las consultas derivadas de las conductas de riesgo propias de esta edad, como los temas de sexualidad, las alteraciones ginecológicas relacionadas con la menstruación, los trastornos del comportamiento alimentario, la violencia y los problemas de abuso de tóxicos, son menos frecuentes.
A veces nos encontramos también con el llamado trastorno del “adolescente cansado”, un síndrome habitual a esta edad que provoca que no tengan fuerzas para afrontar el día a día. Es importante descartar que exista alguna enfermedad que justifique el cansancio, bien física o mental, o un síndrome de fatiga crónica.
A ello se suman los trastornos del sueño, provocados por un retraso de fase fisiológico en la secreción de melatonina, es decir, retrasan la hora de acostarse y se levantan más tarde.
Durante la fase adolescente se detectan, además, algunos de los síntomas del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) que pasaron desapercibidos durante la infancia y que, de no diagnosticarse a tiempo, puede provocar conductas antisociales y trastornos como el alcoholismo, la depresión, o la adicción al tabaco o las drogas.
Mención aparte merece el capítulo de los adolescentes con patología crónica (asma, diabetes, enfermedad celiaca, problemas neurológicos, etc.), que suponen entre el 10 y el 20%. En estos casos, la labor del pediatra va más allá del tratamiento de la enfermedad y de sus complicaciones, también tiene que cuidar de que llegue a adulto con la mejor calidad de vida posible, teniendo en cuenta otro tipo de morbilidad específica, como6:
Un elemento clave en la atención integral al adolescente es el seguimiento, la continuidad de sus cuidados y la coordinación con otros servicios en caso de necesidades específicas, y en particular al pasar a la medicina del adulto. El objetivo es asegurar la adecuada atención y el bienestar de los jóvenes, especialmente de los que tienen requerimientos especiales de salud, aunque la realidad muestra que en muchos casos el seguimiento se pierde.
Es necesario realizar una transición de un modelo pediátrico a un modelo adulto lo más cuidada, coordinada e individualizada posible6. La transición debe ser gradual, adaptada a las necesidades, la capacidad de autocuidados y el grado de autonomía del adolescente en distintas áreas de la vida.
Esta guía desarrolla un amplio programa educativo que pretende fomentar hábitos de salud en los adolescentes y contribuir al adecuado desarrollo personal.
Es una guía de atención integral al adolescente en Atención Primaria, que recoge aspectos importantes sobre habilidades de comunicación y de prevención y promoción de la salud.